“La líder de Fuerza Popular ha dado un triste espectáculo en sus entrevistas con medios de comunicación al justificar las mentiras del fiscal Chávarry”. (Ilustración: Víctor Aguilar)
“La líder de Fuerza Popular ha dado un triste espectáculo en sus entrevistas con medios de comunicación al justificar las mentiras del fiscal Chávarry”. (Ilustración: Víctor Aguilar)
Santiago Roncagliolo

En la película “Caiga quien caiga”, hay una escena en que Vladimiro Montesinos, después de ser arrestado, dice algo así como:

-¿Y usted cree que va a cambiar este país sin mí? Yo no estaba solo.

El siniestro jefe de Inteligencia se consideraba a sí mismo el mal menor. Su ideología: “Soy un asco, pero los demás también”.

En el año 2000, cuando el Perú vio por televisión el video de Montesinos coimeando al congresista Alberto Kouri, yo trabajaba en el Centro de Lima. Recuerdo con claridad las manifestaciones iracundas de ciudadanos –incluido yo mismo– que no queríamos vivir en un país donde las cosas se decidiesen cambiando sobres de dinero negro en los despachos de Inteligencia.

Al Montesinos encarnado por Miguel Iza –como le ocurrió al de verdad– le hacen ver constantemente que esa gente existe, es mucha, y está furiosa. Primero el ministro Carlos Boloña, luego el general José Villanueva Ruesta, tratan de explicarle al prófugo que la indignación popular es muy fuerte, y que no puede esperar que las cosas se calmen sin más, o intentar un golpe de Estado. Montesinos se niega a entenderlo. Cree que solo hace falta una buena cortina de humo para que todo quede olvidado, y que a fin de cuentas, a nadie le importa tanto un pequeño lío de corrupción.

El fujimorismo de los noventa se basaba en la certeza de que la democracia era inviable para el Perú. El sistema de partidos había fracasado, y para gobernar este país salvaje, hacía falta un líder capaz de tratar con gente muy fea y, por lo tanto, de hacer cosas horribles. Quizá fuese cierto eso en el año 92, pero a finales de los años noventa, la ciudadanía ya empezaba a exigir de sus gobernantes cierto “lujos”, como que no roben dinero público para alterar los resultados electorales.

Lo mismo ha ocurrido en estas semanas con la heredera Keiko. La líder de Fuerza Popular ha dado un triste espectáculo en sus entrevistas con medios de comunicación al justificar las mentiras del fiscal Chávarry diciendo que deben entenderse “en su contexto”, o sea, que hay mentiras que se dicen por nuestro bien, y que esas mentiras son justo las de sus amigos.

A continuación, ha arremetido contra el presidente desvelando sus propias reuniones secretas con él. La jugada parece suicida, porque implica que la misma Keiko admite que reunirse con ella desprestigia a cualquiera. Sin embargo, su estrategia es la misma que la del Montesinos de los noventa: “Yo no estaba solo”. Ya no espera convencernos de su honestidad. Más bien, sostiene que todos los políticos mienten. ¿Por qué solo se fijan en ella?

La respuesta es: porque ella es la única que lo defiende con orgullo.

Veinte años después, el se dirige a un ciudadano que no confía en la democracia, que desprecia al sistema en sí, y cree –en un notable acto de fe– que el apellido Fujimori te convierte genéticamente en un flagelo de los demás mentirosos. Pero ese ciudadano cada vez es más difícil de encontrar. La furiosa reacción popular ante los audios –como ante el video de Montesinos y Kouri– ha desbordado a una Fuerza Popular que ya no sabe cómo ganar votos y solo piensa en eludir a la justicia. Keiko ha encendido el ventilador para defender que Chávarry no es peor que los demás miembros del Estado. Pero ese mismo cinismo es el que no va más en este país. Esa defensa del fiscal de la Nación es el mejor argumento para exigir su dimisión.