“Lo que toca: oídos sordos a los que quieran medrar con el problema (ojo en las redes con las ‘fake news’) y obedecer las instrucciones gubernamentales al pie de la letra”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“Lo que toca: oídos sordos a los que quieran medrar con el problema (ojo en las redes con las ‘fake news’) y obedecer las instrucciones gubernamentales al pie de la letra”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza

El Gobierno está actuando de manera adecuada frente al . Desafortunadas las críticas a que sea el presidente y no solo la ministra de Salud quien informe. Este es un asunto de Gobierno y la respuesta la debe liderar el presidente. Más todavía con lo desgastado que anda el primer ministro.

Peor aún, las críticas de quienes sostienen que la preocupación por ese virus es exagerada cuando hay más muertos por dengue en la selva y muchos peruanos fallecen de tuberculosis; mientras que, por el contrario, la letalidad del COVID-19 es baja. Ocultan, sin embargo, que estamos ante una nueva amenaza, que no tiene vacuna ni remedio, cuya propagación es rapidísima y que puede generar muchas muertes, así estas sean bajas en relación con la proporción de los afectados.

Ya la primera ministra alemana Angela Merkel ha dicho que contraerán el virus. En la misma línea, sostiene que en el mundo se contagiarán entre el 40% y el 70% de las personas.

Lo que tenemos que evitar es que los contagios ocurran rápidamente y que hagan colapsar los servicios de salud. Es necesario que los casos se estiren en el tiempo y tener extremas medidas de prevención para los más vulnerables.

Una buena parte depende de nosotros. Higiene y aislamiento de potenciales portadores son claves. Esto último, no obstante, resulta complejo en una economía informal tan grande como la que tenemos, en la que millones, si no trabajan, no comen.

Pero los peruanos hemos superado peores flagelos y, en particular, la epidemia del cólera de 1991, que empezó en el Perú y que luego de un ‘shock’ inicial fue –según la OMS– muy bien contenida por la responsabilidad de la población en tomar medidas preventivas y la distribución masiva de las “bolsitas salvadoras”.

Cómo seguirá todo esto es impredecible en el mundo y, por tanto, también en el Perú. Estamos ante una caja de Pandora. Puede que a partir de acá se dosifique la expansión del virus o que, en pocas semanas, se produzca una explosión geométrica de los casos. No tenemos cómo saberlo.

En ese escenario, el Ministerio de Salud está aplicando los protocolos internacionales. Está movilizando y potenciando al máximo todos los recursos que tenemos. Pero debemos reconocer que estos son los de un país aún muy precario.

Si los chinos pueden edificar hospitales enormes para la emergencia , acá demoramos cinco o más años para construirlos para las necesidades básicas. Si los Estados Unidos han autorizado ya US$8.300 millones para la emergencia, en el nuestro . Si en Corea del Sur se pueden realizar 10.000 pruebas de despistaje diarias, acá solo podemos llevar a cabo 600 y, por ahora, solo en Lima.

Hace unos días, en un programa de televisión, se invitó al público a preguntarle al ministro de Educación sobre prevención. Un ciudadano inquirió sobre cuántos colegios no tenían agua o desagüe y si eso estaría solucionado para el 30 de marzo. La distancia es sideral con la realidad. Según datos de AFIN, a una red de agua potable pública y el 38% tampoco cuenta con desagüe. Hace falta una generación para revertirlo.

Si el Gobierno no explica la magnitud de nuestros retos y, en contrapartida, el enorme poder del ciudadano para prevenir, la irritación social puede llegar a límites inusuales. Los medios de comunicación, sin abandonar su labor fiscalizadora, deben proponerse alertar sin alarmar. Las empresas podrían contribuir con la entrega de millones de kits de protección.

Los que me preocupan son los “nuevos” políticos (y, claro, los antiguos que invernan). Evidenciado ya que el nuevo Parlamento puede ser una réplica fragmentada del anterior, me temo que muchos de sus integrantes harán demagogia con los límites del país para enfrentar este problema; atribuyéndoselo al Gobierno actual y vendiéndose como los que, de gobernar, lo podrían solucionar de un porrazo. La demagogia en un país asustado, puede ser peor que el virus.

Lo que toca: oídos sordos a los que quieran medrar con el problema (ojo en las redes con las ‘fake news’) y obedecer las instrucciones gubernamentales al pie de la letra.

Coda: La ministra de Salud mencionó que el incremento del dengue tiene que ver con el cambio climático. ¿No será el COVID-19 un aullido desesperado de la naturaleza por los niveles de destrucción del medio ambiente a los que estamos llegando? Las imágenes satelitales de ciudades chinas luego de dos meses casi sin emisiones de carbono son elocuentes. Dan cuenta del desastre al que se ha llegado y del impacto positivo, si se enfrenta con firmeza ese otro problema; uno inmensamente mayor.