Cambalache pragmático, por Carmen McEvoy
Cambalache pragmático, por Carmen McEvoy
Carmen McEvoy

Elmer Cuba, ayer gestor de Todos por el Perú y hoy vocero de Fuerza Popular, afirma que Julio Guzmán y Keiko Fujimori son muy parecidos. Hernando de Soto elabora sobre el tema añadiendo que le da igual trabajar con su candidata a la Presidencia de la República o, en caso ella pierda, con su contrincante. Haciendo gala de un pragmatismo que enorgullecería al mismo John Dewey, el antiguo asesor del difunto Gadafi nos instruye, además, sobre los “varios tipos de terroristas” que hay en el Perú.

En el contexto del borrón y cuenta nueva, el “sendero verde”, imaginado por De Soto, es una suerte de mundo alternativo donde es posible “formalizar” hasta a los delincuentes. Para ello es necesario olvidar que los nuevos socios estratégicos del fujimorismo –muchos de ellos mineros informales– depredan, ejercen la trata de personas e inducen a la prostitución. Y que el terrorismo, con el que hay que “conversar”, aún tiene cuentas pendientes. Innumerables fosas comunes con los restos de miles de compatriotas dan cuenta de la guerra desatada por Sendero Luminoso contra el Estado Peruano.

El pragmatismo ubica el criterio de la verdad en la eficiencia. Así, la razón debe ponerse al servicio de la vida cotidiana y sus necesidades básicas. Llevada a sus extremos, esta percepción de la realidad choca con la Ética que sirve de guía al comportamiento humano y con la Historia que lo dota de memoria. 

Para los pragmáticos, la ‘data’ proviene de la interacción entre organismos vivientes y un ambiente inteligente. Lo que lleva al presentismo y al rechazo de ideas absolutas –el concepto del bien y el mal, por ejemplo– que traban la acción.

Una de las herencias que nos legó el fujimorismo fue su pragmatismo radical junto a la ausencia de referentes éticos e históricos. Ante la pregunta formulada a Alberto Fujimori respecto a cuál personaje peruano admiraba, el presidente contestó que a ninguno. Lo que realmente le interesaba al ingeniero del tractor y la yuca eran los kilómetros de carretera, o los hospitales y colegios construidos. No importaba si estos se derrumbaban luego, que estuvieran sobrevalorados o que sean adjudicados sin concurso público.

La explosión de la delincuencia proviene de la crisis del Estado y sus mecanismos de control social, pero también de un modelo cultural, institucionalizado durante el fujimorato y fortalecido en las administraciones que le sucedieron. Reflejo de ello son las cientos de ‘transacciones comerciales’ ocurridas en la famosa salita del Servicio de Inteligencia Nacional y, últimamente, en la desfachatez del hampa peruana. “Hacer plata y matar a quien sea”, proclama ‘Caracol’, un hijo de un mundo cien por ciento pragmático, donde todo da igual porque hacerse rico es el único objetivo. 

El tango “Cambalache”, compuesto por Enrique Santos Discépolo, sintetiza como ninguno la idea del “todo es igual, nada es mejor”, tan en boga en estos tiempos electorales. Sin embargo, en un país milenario como el nuestro, aún existe la memoria histórica. 

El almirante Miguel Grau no es igual al general Walter Chacón, ni Daniel Alcides Carrión se parece a Héctor Becerril. No es igual dejar el país por la violencia terrorista, que ser presidente elegido, renunciar por fax, regresar esposado y estar en la cárcel por corrupción. No es igual el discurso de Raúl Porras pronunciado en Punta del Este, defendiendo la soberanía continental, al escrito por Hernando de Soto para justificar un autogolpe. No es igual asumir tu pasado –con las luces y las grandes sombras de tu partido–, que ir por la vida negándolo todo. No es igual, pues. No es igual.