Ministros expiración
Ministros expiración
Alfredo Torres

Cada vez que aparece una encuesta con una caída en la aprobación presidencial, muchos políticos y analistas proponen cambios ministeriales, cuando no una renovación total del Gabinete, para recuperar el apoyo popular. “Los ministros son fusibles”, se arguye; es menester “refrescar” el gobierno, sostienen otros; “se necesitan más ministros políticos”, es el reclamo más reciente. La democracia peruana de los últimos lustros no permite, sin embargo, confirmar esta tradicional tesis.

El mejor ejemplo de que el cambio de ministros no impide la caída en la aprobación presidencial lo dio Alejandro Toledo. En el 2001, Toledo empezó su gestión con 59% de aprobación y de inmediato empezó su caída. Para evitarlo, cambió a 11 ministros el primer año (entre ellos PPK, a quien le pidió volver después), pero no pudo impedir que su aprobación estuviese al cabo de 12 meses en 16%. La historia se repitió el segundo año, cambió a otros 11 ministros, pero su aprobación, luego de una breve recuperación, volvió a caer, para cerrar el segundo año en 12%.

Para otros, la solución debe ser más drástica: cambiar al primer ministro. El mejor ejemplo de que esta medida tampoco funciona es Ollanta Humala, que tuvo siete primeros ministros en su gobierno. Cuando se revisan las encuestas de la época, lo que se observa con cada cambio de Gabinete es que la aprobación presidencial se eleva ligeramente por un mes o dos, para luego volver a caer. Es decir, en menos tiempo del que el nuevo primer ministro aprende cómo funciona su compleja cartera, ya perdió utilidad como factor de recuperación de popularidad.

Por último, hay quienes sostienen que la solución está en reclutar ministros políticos, dadas las limitaciones del actual Gabinete tecnocrático. La idea no es mala pero tampoco es la panacea. Los actuales congresistas Jorge del Castillo y Javier Velásquez Quesquén fueron primeros ministros de Alan García, pero no pudieron levantar la popularidad del gobierno de su partido y su proyección electoral, a pesar del entorno económico favorable y la habilidad política del propio presidente.

Quienes proponen estas soluciones suelen ser: 1) periodistas, 2) operadores políticos disfrazados de periodistas, 3) políticos de oposición y 4) políticos dispuestos a colaborar con el gobierno. Entre los periodistas, suele haber un sesgo profesional hacia la búsqueda de la noticia y es bien sabido que el cambio es mucho más noticia que la continuidad. En el segundo y tercer grupo, es evidente su intención de debilitar al gobierno al que se oponen. El grupo más relevante es el último. El problema es que varios de estos políticos, frecuentemente calificados como “excelentes operadores” por sus promotores, tienen una agenda subalterna de cuidado. Son muy pocas las personas íntegras calificadas para un cargo ministerial dispuestas a aceptarlo y la mayoría no son políticos.

En cualquier organización se requiere continui`dad para que las gestiones muestren resultados significativos. Por eso, la permanencia promedio en los más altos cargos gerenciales en el sector privado es de 10 años. En el sector público peruano, en cambio, la duración promedio de un ministro es 15 meses. En democracias más avanzadas, la mayoría de los ministros permanecen en sus cargos lo que dura el gobierno, es decir, varios años. Cuando ello ha ocurrido en el Perú –por ejemplo, José Antonio García Belaunde, que permaneció durante todo el gobierno de Alan García como ministro de Relaciones Exteriores–, las gestiones dejan huella.

Todo lo cual no implica, por supuesto, que los ministros no deban ser cuestionados continuamente por la prensa y en el Congreso por su gestión. Por ello no pueden ser solo técnicos. Requieren habilidades políticas para interactuar con los distintos grupos de presión. Necesitan operadores políticos y comunicadores que los ayuden a tender puentes con la oposición y ganarse la confianza de la opinión pública. Pero no debe perderse de vista que su objetivo central es contribuir al progreso del país en el sector que les corresponde y no ganar popularidad.

Todo indica que la aprobación presidencial fluctuará entre baja y muy baja durante los próximos años, como ocurrió con sus predecesores. Podrá irle a PPK un poco mejor, si se compromete con pasión con temas que le interesen a la población; o un poco peor, si persiste en incurrir en declaraciones desafortunadas. La oposición no necesita golpear al gobierno: su desgaste es inexorable. Pero sí ayudaría al país que cambie de actitud. Cuando Luis Galarreta fue elegido presidente del Congreso, Ipsos preguntó a la opinión pública cómo creía que debería ser su actitud hacia el gobierno. La respuesta fue 82% dialogante, conciliadora y 14% crítica, confrontacional. Lo que la ciudadanía demanda es una relación constructiva. Estar exigiendo renuncias cada vez que se agudiza una crisis no le hace bien a nadie.