¿Se puede caminar derecho?, por Alfredo Bullard
¿Se puede caminar derecho?, por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard

Un comentario vía Twitter de Ricardo Ríos resume muy bien el sentido de mi artículo de la semana pasada : “Ahora entendemos por qué no puede caminar derecho... sus genes no la dejan”.

Ricardo refleja con ironía mi posición: la evolución genética explica muchas cosas. Pero explicar no es justificar.

El hambre es una sensación evolutivamente desarrollada. No todos nuestros antepasados tuvieron hambre. Los que la tuvieron se alimentaron adecuadamente y sobrevivieron. Los que no, se extinguieron. El hambre te hace sobrevivir y reproducirte con mayor frecuencia, transfiriendo los genes que generan la sensación de hambre y con ella una mayor propensión a sobrevivir. Por supuesto que el hambre puede motivar el robo, pero ello no significa que robar sea bueno.

Un segundo aspecto en el que la evolución humana tiene notables diferencias con la de otras especies es el libre albedrío, de donde se derivan instituciones básicas como la autonomía y la libertad. Tenemos la capacidad de alejarnos y resistir las tendencias genéticas. Tenemos la posibilidad de exigir conductas legales o éticas a otros. La propensión genética explica la conducta pero no la justifica. Por eso podemos pedirle a Nadine (como lo hago al final de mi artículo anterior) que nos dé explicaciones de por qué le es “tan difícil andar derecho”.

Un tercer aspecto, también mencionado en mi artículo anterior (cuando dije “y afortunadamente la evolución social, tecnológica y cultural ha ido mediatizando estos patrones”), es que no solo evolucionamos genéticamente, sino social, económica y culturalmente. La mayoría de especies animales que se organizan en grupos los han mantenido en números relativamente pequeños que rara vez superan unas cuantas decenas.

El ser humano salió de ese patrón y desarrolló esquemas sociales y económicos de interacción impersonales entre millones de individuos, los que nos permiten interactuar con personas que ni siquiera conocemos. A su vez, hemos desarrollado instituciones, reglas y tecnología que permiten esa interacción. Esas reglas pueden confirmar, modificar o alejarse de patrones genéticos

Por ejemplo, ¿por qué tantas personas comen la llamada comida chatarra, a pesar de que saben que no es buena para la salud? Evolutivamente, cuando el ser humano vivía en las cavernas, no tenía asegurada tres comidas al día. Los que tendían a alimentarse con contenidos altos en grasas y azúcares cuando la comida escaseaba (con equivalentes cavernarios, como un mamut recién cazado a un combo de McDonald’s) sobrevivieron más. Somos herederos de esos individuos. La grasa y las azúcares nos atraen genéticamente. Pero ya no necesitamos esos patrones porque el desarrollo económico y tecnológico permite a parte de la humanidad gozar de tres comidas diarias. El rasgo genético quedó como una suerte de ‘fósil’ que ya no es necesario pero sigue funcionando.

Aquí entra a tallar el libre albedrío, nuestra libertad y nuestra capacidad de razonar: podemos abandonar el rasgo genético y de hecho cada vez más personas se ajustan voluntariamente al estándar de alimentación saludable. Podemos escoger comer saludable como podemos escoger “caminar derecho”.

Varios comentarios han calificado mi artículo como sexista o prejuiciado. Lo cierto es que la genética, al menos aquella relacionada con la reproducción, es en cierto sentido sexista, pues los roles de hombres y mujeres son biológicamente distintos. Pero la cultura y nuestros principios (gracias al libre albedrío) no tienen por qué serlo. Hemos evolucionado socialmente en sentidos diferentes: podemos elegir comer saludable o controlar o eliminar rasgos de conducta vinculados por la reproducción. Podemos ser austeros o despilfarrar en carteras y vestidos caros. Tenemos libertad para imponernos a nuestros propios genes. Por eso somos animales racionales y no simplemente animales.