Carne viva, por Renato Cisneros
Carne viva, por Renato Cisneros
Renato Cisneros

La semana pasada participé en Colombia del Hay Festival de Cartagena, predecesor regional del encuentro homónimo que se realiza en Arequipa desde 2015. Lo más llamativo, sin duda, además de la ciudad misma, fue el interés del público asistente: nunca vi un festival en el que se revendan entradas en la calle para ver, no a rockeros ni a futbolistas, sino a escritores.

Después de oír charlas y hacer un balance, confirmé una vez más mi especial conexión con los narradores que remueven su pasado y asumen todos los riesgos que implica esa operación contraria al sentido común. ¿Qué pretenden esos hombres y mujeres al volver sobre sus pasos cuando todo indica que es más saludable olvidar, pasar la página? A veces lo que quieren es conjurar heridas mal curadas, rastrear los misterios de su origen o detectar el punto de quiebre de su experiencia vital.

En Cartagena me rendí ante historias de ese tipo, escritas además por autores de procedencias muy disímiles, lo cual me llevó a constatar que la literatura es ese lugar donde la experiencia íntima que más nos duele, esa que creemos que solo nos lastima a nosotros y que muchos prefieren callar por miedo o vergüenza, adquiere un grado de universalidad insospechado.

Lo digo pensando en los libros de la pakistaní Fátima Bhutto (Canciones de Sangre y Espada) el inglés James Rhodes (Instrumental, Memorias de Música, Medicina y Locura), el estadounidense de origen libio Hisham Matar (El Regreso y el colombiano Giuseppe Caputo (Un Mundo Huérfano).

Fátima Bhutto tenía 14 años cuando su padre, el activista Mir Murtaza Bhutto, fue asesinado por las fuerzas policiacas del gobierno de Pakistán, del que su propia hermana formaba parte. Hay que decir que los Bhutto son una familia con larga tradición política en su país. Quizá para alejarse de ese legado tóxico, y como una manera de reivindicar a su padre, Fátima, que antes ya había visto morir a su abuelo también por razones ideológicas, se armó de valentía y escribió ese libro desgarrador que denuncia el violento mundo de injusticias y traiciones en el que le tocó crecer.

En el caso de Rhodes, basta leer lo que dice en la contraportada de su libro para sentir la dimensión de su tragedia. “Me violaron a los seis años. Me internaron en un psiquiátrico. Fui drogadicto y alcohólico. Me intenté suicidar cinco veces. Perdí la custodia de mi hijo”. Fue gracias a la música clásica –puntualmente gracias a Bach– que Rhodes neutralizó la pesadilla en que se había convertido su vida y se salvó. Hoy no solo es un celebrado concertista de piano, sino que viaja por el mundo compartiendo su estremecedor testimonio.

El padre de Hisham Matar se llamaba Jaballa y era un militar opositor al tirano Gadafi que en 1990 fue detenido por agentes secretos libios. Lo encarcelaron, pero seis años después desapareció. Su familia nunca supo qué pasó. Hisham Matar tuvo que hacer un periplo por distintos países huyendo de las represalias y, en paralelo, tratando de seguir infructuosamente el rastro de su padre. Tres décadas después, The New Yorker le pidió un artículo sobre su relación con Libia. Ese fue el origen de El Regreso, que acaba de ser publicado en español.

El libro de Giuseppe Caputo, en cambio, habla de la pérdida pero en un contexto en el que padre e hijo están unidos por el cariño y la necesidad de imponerse juntos a un mundo adverso. Su complicidad, sin embargo, no resulta suficiente para lidiar contra la precariedad, la vulnerabilidad ante la violencia externa y la discriminación que el hijo sufre por su abierta homosexualidad. Caputo –que perdió a su padre mientras escribía la novela– define su libro no como un homenaje, sino como “una carta de amor”.

Volver para buscar. Buscar para saber. Saber para nombrar. Con ficción o sin ella. Mezclando realidad e imaginación. La mejor literatura actual se está contando así. Sin tapujos. Desde el fondo. En carne viva.

Esta columna fue publicada el 4 de febrero del 2017 en la revista Somos.