El otro chavismo, por Alfredo Bullard
El otro chavismo, por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard

“Están en cuestión 1.500 actas. No hay presidente electo”. “Y para llegar a ese número también ha habido irregularidades y malas artes”. Cuando le preguntan qué piensa de la derrota de Keiko Fujimori, dice que Pedro Pablo Kuczynski fue en realidad el derrotado por la votación de su partido al Congreso. “Desde ese punto de vista, la victoriosa es Keiko”. Sobre el USB con el audio adulterado dijo: “Puede ser una conspiración, puede ser que [Chlimper] haya sido un medio para golpear la candidatura de Keiko y que el cerebro gris haya que buscarlo en el otro lado”.

Son algunas frases de Martha Chávez en una entrevista reciente en este Diario (del pasado 15 de junio). Rabia, piconería, prepotencia, negación de la realidad, exageración de los errores ajenos y minimización de los propios, lealtad mal entendida, falta de credibilidad.

Era como estar en la máquina del tiempo, recordando las épocas cuando lo que el fujimorismo decía se hacía por las buenas o por las malas. El chavismo venezolano de Hugo Chávez y el chavismo peruano de Martha Chávez son de distinto calibre y clase. Pero comparten el mismo estilo. Ojalá no sea algo que venga con el apellido, pues es demasiado común para que el mundo soporte tanto de lo mismo.

Pero Martha Chávez no es el único ejemplo. Pedro Spadaro afirmó cuando salieron los primeros resultados de las elecciones que estaba seguro de que por primera vez el Perú había elegido una presidente mujer. O él mismo cuando vociferó con tono prepotente y desafiante: “El Congreso ya sabemos de quien es”. O la congresista Cecilia Chacón gesticulando con rabia para “ordenar” a sus compañeros de partido que se retiren de la Comisión Permanente durante la designación del nuevo contralor.

Preocupante el montaje teatral cuando Keiko sale a reconocer su derrota usando un lenguaje duro y agresivo y le colocan detrás a todos los fujimoristas elegidos al Congreso en un claro gesto amenazante.

Y otros incondicionales diciendo que el nuevo presidente tiene que ofrecer disculpas. Parecían un conejo diciéndole orejón al burro.

Hasta personas aparentemente respetables como José Chlimper se prestan al jugueteo de la manipulación y la mentira. Parece que vestirse de naranja puede ser peligroso para la salud pública (o de lo público).

Todo esto nos lleva a una sola conclusión: de buena nos libramos. No era cierto que el fujimorismo había madurado, ni que se había democratizado. No era verdad que era capaz de gestos distintos a los que nos traen los recuerdos de los 90. La sonrisa empática de Keiko en la primera vuelta no era tan sincera como parecía y el ceño fruncido y la palabra subida de tono de la segunda vuelta parecen reflejar mejor su carácter y el de su partido. No han aprendido de tener a su principal líder preso ni del juicio que la historia ha hecho sobre él. Sigue siendo un partido sin modales e incapaz de autolimitarse. Seguirá tratando de colocar a cualquiera que lleve el apellido Fujimori en Palacio de Gobierno, llueva, truene o relampaguee. Es tan así que hasta Kenji es para ellos un buen candidato. 

¿Qué tendrían que hacer en el fujimorismo para convencernos de que puede ser distinto? Muchas cosas. Primero no presionar por la libertad de Alberto Fujimori. Es un partido que necesita redención. Y para ser redimido necesita un verdadero acto de contrición.

Tiene que ser coherente. Los programas de gobierno de Keiko y PPK tenían muchas coincidencias. Si un partido cree en su programa, no puede dejar de creer en él porque pierde la elección. Si controlan el Congreso deberán empujar las propuestas parecidas a las del gobierno, salvo que la política de venganza pese más que buscar lo mejor para el país. 

Y hay que limpiar al partido de las caras rabiosas: de las antiguas y de las nuevas. Tienen que cambiar de tono y de estilo. Y es que tienen que entender, de manera contraria a como reza la frase popular, que el fujimorismo no es más grande que sus problemas.

¿Tiene esperanza el fujimorismo? Me temo que en una casa de apuestas no le iría muy bien. Pero como dijo el escritor francés George Bernanos, “La esperanza es un riesgo que hay que correr”.