"Cada vez es más frecuente encontrar “la cultura chicha” en la temática de diversos restaurantes que cobran forma de emolienterías o mercados". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Cada vez es más frecuente encontrar “la cultura chicha” en la temática de diversos restaurantes que cobran forma de emolienterías o mercados". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Alexander Huerta-Mercado

Era una forma rara de llenar un evento musical. El canchón que hacía de platea estaba poblado de cajas de cerveza en torno a las que circulaba un solo vaso descartable mientras todos conversaban animados. Más allá, las personas se arremolinaban cerca del escenario, saltando y cantando, ellos con casacas negras –algunos con lentes oscuros, a pesar de la noche–, ellas con trajes de licra bastante ceñidos. Los vendedores de golosinas caminaban entre el público haciendo su agosto y el humo de cigarro y perfume se adueñaba del ambiente. Lorenzo Palacios, conocido popularmente como Chacalón, hacía una invocación en ritmo de música chicha al viento para regresar a un mundo imaginado como mucho más inocente y bucólico.

“Viento vuelve a ser como ayer… como en aquel entonces solo era un niño. Y en esa pobreza qué feliz yo era”.

Eran los años 80 y en el Perú se vivía un proceso de migración que continuaba el de los 70. El antropólogo Teófilo Altamirano nos explica que este, lejos de ser un proceso caótico, generó complejos circuitos de alianza y asentamiento, logrando cadenas de ayuda y asociaciones de migrantes que hasta hoy se mantienen activas. Y la nostalgia. Vaya que era necesaria frente a una ciudad que se presentaba racista e inaccesible, donde la formalidad era simplemente imposible y donde la estrategia era ir en contra de las leyes, los impuestos; invadir, contrabandear y crear espacios de alianzas para poder vivir en una ciudad que no estaba preparada para sus nuevos pobladores. También el ‘chichódromo’ era un espacio de encuentro de todas las sangres, pues ofrecía al joven migrante un punto de reunión para integrarse a la modernidad, que de manera tan dolorosa se adueñaba de la nación. Y fue precisamente esta cumbia peruana la que sirvió como fondo musical de la nueva cultura a la que los grupos criollos denominaron “chicha”.

Esta irrupción migrante también constituyó un nuevo factor de miedo, que asociaba al extraño con la violencia o lo desconocido. El discurso colonial del racismo parecía cobrar una vigencia inusitada y las casas de las zonas residenciales y las clases medias comenzaron a cubrirse de muros.

Hoy algo ha cambiado. Décadas después, vemos carteles chichas en galerías de arte y a Elliot Túpac reconocido como el magnífico artista que revive los colores incontrastables. Los jóvenes forman comunas para seguir a excelentes bandas como La Inédita y La Nueva Invasión, Hit la Rosa o Bareto (que descubre para nuevos grupos y nuevas generaciones a los héroes de la cumbia peruana). El antropólogo Alex Ruiz, luego de entrevistar a varios jóvenes seguidores de estos grupos, descubre que estos encuentran en ritmos como la ‘chicha’ una suerte de conexión con sus ancestros que llegaron durante las distintas oleadas migratorias. Así pues, la ‘chicha’, de ser en principio un elemento de modernidad, ha pasado, cosas de la cultura, a representar una tradición que conecta con los antepasados.

Cada vez es más frecuente encontrar “la cultura chicha” en la temática de diversos restaurantes que cobran forma de emolienterías o mercados. Incluso existe un restaurante en una zona residencial que está inspirado en el cerro San Cosme, uno de los sitios más pobres y marginados de la ciudad.

La directora artística Fiorella Tazza, por su parte, ha encontrado evocaciones de la estética ‘chicha’ en varios anuncios publicitarios que buscan articularse con los gustos populares.

Llama la atención que esta nueva moda recurra a un tipo de estética e iconografía propia de la cultura ‘chicha’ de fines de los 70 y de los 80, cuando los grupos menos favorecidos se apropiaban de los símbolos dominantes y los reinterpretaban a través de carteles, conciertos, el comercio de productos de contrabando y la sempiterna economía informal bajo el fondo musical de las guitarras y sintetizadores de Los Shapis. Es como si en las zonas residenciales se hubiera perdido el temor a la otrora amenazante cultura ‘chicha’ o recuperado su estética primigenia como algo exótico. Algo parecido al uso del folclor o a la iconografía andina de artesanías, fotos y arengas que se utilizan para embellecer algunos espacios urbanos. En ambos casos, hemos tenido la tendencia de romantizar a grupos humanos que viven en extrema pobreza.

En el nuevo siglo, los carteles ‘chichas’ han sido reemplazados por las gigantografías. La música ‘chicha’, por la cumbia norteña, y la fundante canción de Chacalón que rezaba “Busco una nueva vida en esta ciudad donde todo es dinero y hay maldad”, por ritmos más optimistas y amorosos como “Luz de mis ojos, aire que respiro, eres en mi vida, motor y motivo” del Grupo 5. Así también, programas dirigidos al “pueblo” como “Trampolín a la Fama” cedieron audiencia a programas vistos por todos los grupos sociales, como “Esto es guerra”.

Me gustaría pensar que la ciudad se presenta como una arena en la que estamos conviviendo y perdiendo el miedo. Esto lo fundamento en el hecho de que, en los últimos años, los programas de chisme han moderado su agresividad contra “los famosos” y se ha dado pie a narrativas de convivencia de clases sociales idealizadas, aspiracionales y matizadas con humor, como en “Mi amor el guachimán” o “Al fondo hay sitio”. Sin embargo, admito también que solo se rescata la estética externa y que todavía nos falta mucho para construir una sociedad realmente justa e integradora. Tal vez esa capacidad de adaptación y de articulación de diferentes grupos es algo que debamos aprender de esta intensa cultura cuya estética parece provocar hoy fascinación.

Recuerdo una conferencia de prensa en la que una periodista le preguntó a Magaly Medina: “¿Por qué no ofreces cultura en tu programa?”. Ella respondió: “La cultura chicha también es parte de la cultura del Perú”. Y sí que lo es.