(Fotos: AFP)
(Fotos: AFP)
Ian Bremmer

En octubre pasado, el presidente de , Xi Jinping, pronunció el discurso más significativo desde que Mijaíl Gorbachov se paró frente a las cámaras para disolver formalmente la Unión Soviética. Dirigiéndose al XIX Congreso del Partido Comunista, Xi dejó en claro que China está lista para reclamar su cuota de liderazgo mundial. Las implicancias de este paso son globales.

Al tiempo en que comienza su segundo mandato de cinco años, Xi ha consolidado ya un poder local suficiente para redefinir el entorno externo de China y establecer nuevas reglas dentro de él. La sincronización de momentos ha sido perfecta; China está avanzando justo cuando un presidente estadounidense políticamente asediado y distraído está retrocediendo en los compromisos de Estados Unidos con sus aliados y alianzas tradicionales. Estados Unidos ha creado un vacío y China está lista para llenarlo.

Durante décadas, los líderes occidentales han asumido que una nueva clase media china obligaría a los líderes de ese país a liberalizar sus políticas. En cambio, es la democracia occidental la que ahora parece sitiada mientras muchos ciudadanos, enfadados por el hecho de que la globalización ha tomado sus vidas y medios de subsistencia, exigen un cambio y los gobiernos no cumplen.La democracia misma se ve amenazada por un debilitamiento de la confianza pública en los partidos políticos tradicionales, la fiabilidad de la información pública y la inviolabilidad del proceso de votación.

Por el contrario, los líderes chinos han logrado avances constantes en la prosperidad de su país y un creciente sentido de la importancia de China en el mundo. Los viejos problemas como la represión, la censura, la corrupción y la contaminación permanecen, pero el progreso cuantificable en muchas áreas de la vida de los ciudadanos chinos le da a dicho pueblo una confianza en sus líderes que muchos estadounidenses y europeos ya no tienen.

¿Qué significa esto para el mundo? Ahora China está estableciendo estándares internacionales con menos resistencia que antes. Esto es importante sobre todo en tres áreas. Primero, para el comercio y la inversión, China es el único país con una estrategia global. Con su vasto proyecto ‘Belt-Road’ y su disposición a invertir –sin condiciones políticas previas– en países en desarrollo de todas las regiones, China está ampliando sus ambiciones mientras que Europa se centra en los problemas europeos y el comercio se convierte en una mala palabra en la política estadounidense. Ahora es más probable que los gobiernos de Asia, América Latina, África y Medio Oriente busquen alinearse e imitar el enfoque explícitamente transaccional de la política exterior de China.

En segundo lugar, está la batalla global por el dominio tecnológico. En particular, Estados Unidos y China lideran hoy la carga de la inversión en inteligencia artificial. En Estados Unidos, el liderazgo en esta área proviene del sector privado. En China, proviene del Estado, que dirige las empresas e instituciones más poderosas del país de manera que sirven a sus propios intereses. Al igual que con sus estrategias de comercio e inversión, otros gobiernos, especialmente aquellos más temerosos de los disturbios sociales dentro de sus fronteras, encontrarán el modelo de desarrollo chino como más atractivo. La influencia económica de China alineará los sectores de tecnología de las naciones pequeñas con las empresas chinas y los estándares técnicos que les gustaría establecer.

Y en tercer lugar, está la cuestión de los valores. El atractivo de China no es ideológico. El único valor político que Beijing exporta es el principio de no interferencia en los asuntos de otros países. Sin embargo, eso es atractivo para los gobiernos que están acostumbrados a las demandas occidentales de reforma política y económica a cambio de ayuda financiera. Con el advenimiento de la política exterior “América primero” de Trump y las muchas distracciones que enfrentan los líderes europeos, hoy no hay nada que frene el enfoque de comercio y diplomacia impulsado por los valores de China.

Existen límites claros para el atractivo internacional de China. Pasarán décadas antes de que ese país pueda ejercer el tipo de poder militar global que hoy tiene Estados Unidos. China continúa siendo solo un poder regional, y la brecha de gasto militar continúa ampliándose en favor de Estados Unidos. Los vecinos de China tampoco se sienten cómodos con la capacidad de Beijín de proyectar fuerza cerca de sus fronteras. Pero el poder militar convencional es hoy menos importante que nunca para la influencia internacional, dadas las amenazas a la seguridad nacional planteadas en un mundo globalizado por la posible militarización de la influencia económica y el confuso equilibrio de poder en el ciberespacio.

En el 2018 y más adelante, el entorno empresarial global deberá adaptarse a las nuevas reglas, estándares y prácticas que adelanta China, no solo dentro de las fronteras de ese país, sino también en otros países donde las empresas chinas están aumentando su presencia y el gobierno chino está expandiendo su influencia. También deberíamos esperar que Japón, India, Australia y Corea del Sur trabajen juntos más a menudo para limitar el poder regional de China, creando riesgos de fricción e incluso conflictos. Dependiendo del estado de las relaciones entre Estados Unidos y China, la administración de Trump también podría ser más activa en la región. Finalmente, es posible que las grandes ambiciones de Xi lo dejen vulnerable a sus rivales dentro del partido, particularmente si China sufre vergonzosos reveses en el país o en el extranjero.

Pero el mundo estará pendiente durante este año y comparará los modelos chino y occidental. Para los estadounidenses y europeos, el sistema chino tiene poco de atractivo. Para la mayoría de los demás, el modelo chino ofrece una alternativa plausible. Con Xi listo y dispuesto a ofrecer esa alternativa, es este el mayor riesgo geopolítico del mundo en el 2018.