Rolando Arellano C.

Las palabras tienen un significado profundo y emotivo, y su uso ligero puede confundir. Tal vez eso sienta el lector cuando le hablan de transformación digital y le dicen que solo lo digital es moderno. Veamos.

Desde hace 30 años, las herramientas digitales han hecho avanzar a la humanidad facilitando la comunicación entre personas, haciendo “inteligentes” a las máquinas y más eficientes a las empresas. Por ello, se ha comenzado a llamar ‘transformación digital’ a la gran disrupción que ellas generan en el mundo empresarial.

¿Es adecuado decir que las empresas se “transforman” cuando adoptan herramientas y estrategias digitales? El lector tiene la palabra, pues, según la Real Academia, una transformación es un cambio de forma, de esencia (transmutarse en otra cosa), como cuando un camión se vuelve robot o una oruga se convierte en mariposa. Pero, ¿un auto se “transforma” en digital si le ponen unas computadoras en el sistema? Quizá más que transformarse, los autos asistidos por computadora evolucionan, pues, mejorando, conservan la mayoría de sus partes –motores, ruedas, carrocería, etc.– y su esencia de vehículo automotriz.

Ahora, más allá de cómo se les quiera llamar, lo importante es entender que la gran fuerza de la digitalización es que, más que convertir a las instituciones en entidades distintas, las ayuda a cumplir mejor su misión en un mundo con muchos más desafíos y oportunidades. Así, convendría entender a esa “transformación” como una etapa en un proceso de “evolución” que, siendo hoy digital, está abierto a cualquier tecnología futura.

Pero mucho más preocupante en este juego de palabras es el que se acepte que el antónimo de la palabra ‘digital’ es ‘tradicional’. Esto, sabiendo que hay muchas formas de evolucionar, más allá de los 1 y 0 del mundo virtual. Por otra parte, ¿qué ocurre con el banco que, además de digitalizarse, conserva agencias y personal para cumplir con su misión de dar atención integral a sus clientes? ¿Lo llamaremos banco digital? No, porque tiene presencia física que no tiene, digamos, una fintech. Entonces, ¿banco tradicional? Es claro que tampoco. Pero podríamos llamarlo banco integral, dejando el nombre de banco digital a aquel que es exclusivamente virtual. ¿Y si no es ni digital ni integral? Sería un banco físico, y estaría condenado a desaparecer.

Por cierto, por extensión a otras áreas, el nombre de marketing digital debería designar a quienes solo usan herramientas virtuales, y marketing integral a los que, usando lo digital, no restringen su ciencia solo a esos instrumentos. ¿Transformación o evolución? ¿Tradicional o integral? Queda abierta la discusión. Que tengan una gran semana.

Rolando Arellano C. es presidente de Arellano Consultoría para Crecer