Un consejo para Walter, por Alfredo Bullard
Un consejo para Walter, por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard

En los ochenta, en la secundaria de un colegio, se hicieron elecciones para elegir a la directiva del salón: un presidente, un secretario, un delegado de actividades culturales y uno de deportes.

Solo se presentaron cuatro candidatos, por lo que la elección fue sencilla. Cada uno tomó la palabra para agradecer la confianza. Uno de ellos, llamado Walter, prometió organizar un campeonato de fulbito el fin de semana y una carrera de maratón para toda la promoción. El que faltaba agradecer lo interrumpió: “Walter, te has pajareado. A ti te han elegido delegado de cultura, yo soy el de deporte”.

Walter sonrió entre nervioso y avergonzado. De inmediato ofreció hacer un concurso de cuentos.

Hace unos días un amigo también llamado Walter (Gutiérrez) me hizo recordar este incidente escolar. En una entrevista a este mismo Diario, publicada el fin de semana pasado, declaró sobre su elección como defensor del Pueblo, pero leyendo la entrevista parecía que lo habían designado el nuevo presidente de Indecopi.

Casi el 50% de la entrevista se dedica a asuntos vinculados a protección al consumidor, libre competencia e intervención en los mercados. Sus baterías parecen enfocadas hacia los privados. En un país donde el Estado es un desastre, no hay virtualmente ninguna mención en la entrevista sobre cuál es su plan para reducir la injerencia nefasta del Estado en el bienestar de las personas.

Cuando le preguntan si se va a preocupar más por los servicios públicos brindados por el Estado o por los particulares, contesta cualquier cosa, menos lo que le han preguntado. Pero, acto seguido, sigue una serie de menciones que muestran cuál es su preferencia: evaluación de la calidad educativa de los colegios particulares (no menciona a los públicos), reducción de intereses bancarios, telefonía ineficiente, medicinas caras (ninguna mención al sistema de salud público, que debe ser la primera causa de mortalidad en el Perú). Y hay menciones a la banca y a las medicinas, ninguna de las cuales califica como servicio público (no confundir servicio público con dar servicio al público, son cosas bien distintas). Al único que se le ocurrió semejante idea fue a Alan García cuando procuró estatizar los bancos en los ochenta.

Creo que, al igual que el Walter de mi historia, Walter el defensor también se ha pajareado.

En un país donde en la cárcel hay más personas sin condena que condenados, donde nadie que haya pasado por la administración de justicia puede concluir que tenga algo de justicia, donde la burocracia se devora nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestros proyectos de vida, donde la educación pública nos coloca en el fondo de la olla y la salud pública tiene mucho de pública y poco de salud, enfocarse fuera de lo que realmente le compete no parece ser muy útil cuando lo que le compete tiene tantos problemas.

El problema es doble. Con esos anuncios, la defensoría estaría desatendiendo los problemas más serios y que realmente son de su competencia. Pero si además el defensor va a aplicar la lógica jurídica y económica que recogió en el Código de Protección y Defensa del Consumidor que redactó, no tengamos mucha esperanza.

Cuando le preguntaron por qué su código no funciona, contestó que era un problema de Indecopi: “Hemos hecho una partitura pero nos falta la orquesta”. Las cosas son bastante distintas. La partitura parece de una canción de Tongo: no hay orquesta que la pueda tocar porque es tan ilógica que muchas de las partes son “intocables”. No se pueden ejecutar. 

Tuve la (mala) suerte de participar en las primeras etapas de la comisión que redactó el código y no me quedó más remedio que renunciar. El código es un pegoteo de partes inconexas y sin ninguna lógica.

En un país de institucionalidad débil como el Perú, uno de los problemas es precisamente que todos los organismos públicos quieren hacer lo mismo al mismo tiempo. Mi amigo Walter quiere jugar fútbol cuando lo han elegido para recitar poemas.

Mi candidato era Samuel Abad. No tengo ninguna duda de que no hubiera caído en la misma confusión. Pero así es la democracia. Suele sacrificar el tecnicismo por la política. Ojalá alguien nos defienda del defensor. Mientras tanto, un consejo sencillo para Walter: zapatero a su zapato y cocinero a su cocina. Si no, terminaremos con un zapallo en el pie comiendo locro de zapato.