"Consideraciones tanáticas", por Marco Aurelio Denegri
"Consideraciones tanáticas", por Marco Aurelio Denegri
Marco Aurelio Denegri


Henri Barbusse decía que lo terrible no es la muerte propiamente dicha, sino la muerte forjada por nuestra imaginación. En efecto, nos la imaginamos viva y actuante y blandiendo una guadaña con la que habrá de segar el hilo de la vida.

Ahora bien: imaginarnos a una muerte viviente es incurrir en un contrasentido, porque la muerte es la cesación o el término de la vida.

Sin embargo, el asunto se aclara si consideramos que la expresión muerte viviente es un oxímoron, vale decir, la reunión de dos conceptos antitéticos que origina un nuevo concepto, un tercer sentido, a saber: muerte real y verdadera, muerte efectiva, pero no quimérica ni dudosa, ni tampoco nominal. 

La explicación que acabo de ofrecer no tiene, evidentemente, origen popular, es una explicación culta. La concepción popular de esto mismo se llama antropomorfización de la muerte. Recordemos que Tánato –o dicho en griego, Thánatos– es en la mitología helena la personificación de la muerte. Tánato era hijo de la Noche y hermano del Sueño. Citemos, además, por su pertinencia, a la carcancha de la cultura mochica, que como bien dice Federico Kauffmann, es un muerto animado.

Afirma Julián Marías que si tuviera que señalar un texto absolutamente extemporáneo, esto es, opuesto a la sensibilidad común de nuestro tiempo, no vacilaría en citar la obra del maestro Alejo de Venegas, Agonía del Tránsito de la Muerte, un libro quinientista que se publicó cuando los invasores españoles llegaban enhoramala a esta tierra para expoliarla.

El maestro Venegas, al examinar los peligros que acechan al hombre en la hora de la muerte, se inquieta por uno que particularmente es amenazador para los flemáticos y es que los invada un sueño invencible y profundo y que se mueran estando así, irremediablemente dormidos. Einstein murió mientras dormía y todos dijeron que ésa era la muerte ideal. Venegas, en cambio, la tenía por vitanda y exigía por eso a la familia del moribundo, a los amigos de él y al resto de circunstantes que le metan por las fosas nasales ruda y mostaza molida y por la boca euforbio trociscado, que tiene un zumo muy acre que se usa como purgante. Les recomendaba además que le acerquen un lechón muy gruñón que a punta de gruñidos impida que el moribundo se duerma.

En lo antiguo no se huía ni rehuía de la hora suprema y se prefería citar a la muerte como a un toro, esperándola y viendo cómo nos embiste y coge. Hoy esto ya no rige. Tal vez, como decía el poeta Chocano, porque nos hemos amariconado.