Coreografía fujimorista, por Federico Salazar
Coreografía fujimorista, por Federico Salazar
Federico Salazar

Keiko Fujimori todavía no asimila su derrota electoral. Ella y su grupo creen, por ejemplo, que han sido elegidos para ser oposición. Ese es su “encargo”, ha dicho.

Cecilia Chacón, por su lado, ha ensayado una interpretación. “El pueblo, declaró, ha elegido a un partido para el Ejecutivo y a otro para ser oposición en el Congreso”.

Se entiende el momento emocional que deben estar pasando, después de tanto esfuerzo. Entender el estado emocional, sin embargo, no nos exime de censurar la equivocación.

Las elecciones congresales antecedieron a las presidenciales. Entonces, ¿cómo se puede sostener que los peruanos que votaron por Fuerza Popular lo hicieron por una oposición “en el Congreso”?

La votación de segunda vuelta fue para saber a quiénes preferían los peruanos de presidente y vicepresidentes. Si bien por mínima diferencia, los peruanos optaron por Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra y Mercedes Aráoz. 

¿En qué lugar de la Constitución o de la legislación electoral dice que el que no es elegido para presidente pasa a ser elegido como oposición? Ser de oposición (más bien, oponerse) es un derecho, pero no un mandato. 

Los congresistas de Fuerza Popular no han sido elegidos para ser oposición, sino para legislar según sus ideas, programas y propuestas. Si reciben la orden de ser oposición, será una orden partidaria, no un mandato constitucional o electoral.

Esta elección le dio la oportunidad a Keiko Fujimori de trabajar por la legitimación de su partido. Ella misma se encargó de capitalizar las obras del gobierno de su padre como parte del legado de su agrupación. 

Lamentablemente para ella, no se puede adoptar los beneficios sin los costos. El costo de esa herencia es que hay una buena porción del electorado que hace la transferencia completa (costos y beneficios) a Fuerza Popular y a Keiko Fujimori.

Desde que Alberto Fujimori renunció a la presidencia han pasado 16 años. En realidad, es poco tiempo. Lo alcanzado en votación será considerado en el fujimorismo, supongo, un gran paso en el camino a su reivindicación política. 

Keiko Fujimori trató de ofrecer un fujimorismo descafeinado, pero los fantasmas del pasado resucitaron la última semana del proceso. Y por eso perdió frente al peor candidato presidencial (y la peor campaña) que ha tenido el país en varios lustros.

A la señora Fujimori no la hicieron perder “el poder político del actual gobierno”, ni el “poder económico” ni el “poder mediático”, como ha dicho. En el diagnóstico de su derrota tiene que incluir a José Chlimper y a Joaquín Ramírez, sin duda.

Es más cómodo echarle la culpa al mensajero que al responsable. No fue ningún “poder mediático” el que involucró a Joaquín Ramírez, secretario general del partido, en las investigaciones de la DEA sobre lavado de activos.

Ningún “poder mediático” tomó la mano del señor Chlimper para obligarlo a participar del envío de audios manipulados a periodistas inescrupulosos. A no ser que lo que quiera decir la señora Fujimori es que son poderosos y malos los medios que revelan la verdad.

En cuanto a los poderes económicos, la señora Fujimori es la que menos se debe quejar, porque su campaña ha sido sin duda la que manejó más fondos. Tampoco puede quejarse del gobierno actual y sus preferencias, porque ella constantemente enfatizó la crítica al gobierno, con miras a ganar más votos.

Hacer referencia a que su derrota se debió a una campaña de odios y fanatismos tampoco revela serenidad en el análisis. Aunque los hubo, no son esas las causas del transvase de votos. Las causas están en sus propios errores, que hasta ahora no quiere reconocer.

Keiko Fujimori tiene más futuro político que Kuczynski. Lo seguirá posponiendo, sin embargo, si no parte de un reconocimiento de los propios errores y debilidades. O si cesa en su objetivo de convencer al país de que su fujimorismo es distinto. 

Presentarse, por lo pronto, con los 73 congresistas elegidos para anunciar que ha recibido el “encargo” de ser oposición, no es la coreografía más atinada para bailar al ritmo de la democracia. Una demostración de poder no es, después de todo, una demostración de tolerancia.