“Cosas trascendentes”, por Cecilia Valenzuela
“Cosas trascendentes”, por Cecilia Valenzuela
Redacción EC

El primer ministro, René Cornejo, ha dicho que, ahora sí, el problema de la seguridad en el país está en la agenda del gobierno.

En palabras del ministro, los problemas del país existen cuando el gobierno los pone en su agenda. Antes son pura percepción. 

Sin embargo, el ministro debería considerar que su problema no son los temas que él tiene en su agenda, sino la falta de autoridad del gobierno para solucionarlos. Peor es cuando la ciudadanía sufre, como en estos días, las consecuencias de tan peligrosa improvisación.

En junio del año pasado, los brasileños se enardecieron y sus protestas cobraron muertes y violencia en las calles de su país. Estaban hartos de perder horas sentados en los autobuses de sus ciudades, en medio de un tráfico infernal, sin que las autoridades hicieran nada.

Dilma Rousseff, que empezó saludando el carácter pacífico de las multitudinarias marchas, terminó negociando, muda, cuando el país entero se le vino encima.

La revuelta no tuvo un líder ni un objetivo político. Se organizó sin la participación de los partidos políticos. De manera horizontal, jóvenes estudiantes, funcionarios públicos, profesionales, amas de casa, todos los que cada día tenían que movilizarse para ir a estudiar o a trabajar, se levantaron.

A los analistas, el fenómeno se les escapaba. Buscaban la razón en una serie de circunstancias. Les costó aceptar que fue el hartazgo y la impotencia de los ciudadanos, convertidos en pasajeros interminables, lo que no aguantó más.

Una mañana de noviembre de 1989, en la ciudad de San Salvador, en el elegante barrio de El Escalón, pasó algo diferente pero igual de descriptivo: La guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, enfrentado entonces, de manera casi pareja, a las FF.AA. salvadoreñas y al gobierno de Alfredo Cristiani, tomó el hotel Sheraton y las avenidas y calles de acceso a la zona más exclusiva de esa ciudad, y comenzó a dirigir el tránsito.

Las autoridades de ese país se ufanaban de tener a la guerrilla contra las cuerdas. Lo que vivieron los vecinos influyentes de El Escalón decía todo lo contrario. Al día siguiente, las fotos de los guerrilleros ordenando el tráfico sobredimensionaron la capacidad de los rebeldes ante los ojos de la opinión pública local. Las imágenes los hicieron parecer capaces de imponer orden, no solo en la ciudad; también en el país. 

Cuando el Ejército reaccionó, las escaramuzas cobraron más vidas a los guerrilleros que a sus adversarios, pero el golpe fue psicológicamente brutal. Días después, el gobierno de Alianza Republicana Nacionalista (Arena), que se había negado a cualquier acuerdo con la guerrilla, tuvo que sentarse a negociar con los dirigentes del FMLN. La relación más próxima entre ciudadano y autoridad ocurre en la calle, en el espacio inmediato después del hogar. Cuando el ciudadano siente y ve segura y ordenada la calle, siente y ve capaz a la autoridad. Si el tráfico en las ciudades del Perú continúa siendo un desmadre, si la inseguridad nos sigue agotando, los peruanos podrían reaccionar. El ejemplo brasileño no está lejano.