Una de las secciones con más tráfico está la altura de Javier Prado con Av. Arequipa; y en el cruce con Av. Petit Thouars. (Foto: Bryan Albornoz)
Una de las secciones con más tráfico está la altura de Javier Prado con Av. Arequipa; y en el cruce con Av. Petit Thouars. (Foto: Bryan Albornoz)
Iván Alonso

Un video de la fundación Transitemos, difundido hace unos días por un medio de comunicación, afirma que un limeño pierde diariamente no menos de una hora y media por la congestión del tránsito. Un dato que encaja perfectamente con algunas estimaciones que sitúan el costo de la congestión en torno a los 8 mil o 10 mil millones de dólares anuales. De lo cual parecería derivarse la conclusión de que Lima debería invertir un múltiplo de esas cifras para mejorar la infraestructura de transporte. Pero tenemos que estar precavidos porque es fácil sobreestimar la utilidad de esa inversión.

La congestión ciertamente tiene un costo, que podemos equiparar al valor del tiempo perdido. Antes de hacer números, sin embargo, definamos qué significa “perder” una hora y media o lo que fuere. No existe en este mundo una manera de llegar instantáneamente de un lugar a otro, como en la serie “Viaje a las estrellas”. El tiempo perdido tiene que medirse con respecto a una alternativa factible. Uno puede recorrer los 10 kilómetros que separan Miraflores del centro de Lima en 10 minutos, si no hay tráfico; con tráfico se demora, digamos, una hora. Eso no quiere decir que uno pierda 50 minutos, porque jamás vamos a encontrar todas las calles despejadas y todos los semáforos en verde. La aglomeración que naturalmente se produce en una ciudad grande reduce la velocidad de desplazamiento, aun con la mejor infraestructura.

Cualquier obra de infraestructura, por otro lado, soluciona solamente una parte del problema para una parte de la población. La línea 1 del metro, por ejemplo, acorta quizás media hora el viaje de cada uno de los 300.000 pasajeros que la usan diariamente, lo que hace 50 millones de horas al año, apenas una fracción de las 1.500 millones de horas que se pierden, si calculamos conservadoramente. Acorta también unos minutos el viaje de otras personas, que antes se cruzaban en la pista con las combis que llevaban a quienes ahora usan el metro; pero ese efecto es menos importante aun. Difícilmente la línea 1 reduzca en más de 5% el costo de la congestión en toda Lima, aunque en este caso particular eso podría ser suficiente para justificar la inversión.

Las otras cuatro líneas del metro proyectadas, al ser subterráneas, costarán mucho más. Sería bueno saber cuánto van a contribuir a reducir la congestión para que la lavada no salga más cara que la camisa. El ex ministro Bruno Giuffra tuvo la ejemplarmente sensata idea de encargar un nuevo estudio sobre los costos y beneficios de todo el sistema del metro, que habría permitido, de ser necesario, rediseñar las rutas para que pasen por donde su impacto sea mayor. Lamentablemente, los acontecimientos políticos truncaron esa iniciativa.

Aparte: Es una buena noticia la publicación del Decreto Legislativo 1409, que crea las sociedades por acciones cerradas simplificadas (SACS). Solo falta simplificar la denominación. Las SACS pueden constituirse mediante acuerdo privado de no más de 20 personas, registrado directamente en el portal de la Sunarp y sin necesidad de escritura pública, una reforma que desde esta columna hemos apoyado repetidamente. Ojalá que en el futuro cercano se extienda a empresas de todo tipo y tamaño, para lo cual bastaría que una SACS pueda convertirse posteriormente en una sociedad anónima abierta o cerrada por acuerdo de sus accionistas.