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A estas alturas, felizmente, la pregunta ya no es si habrá segunda ola de COVID-19 en el Perú, sino cuándo llegará y de qué magnitud será. Digo felizmente, porque para enfrentar algo tan terrible como un rebrote del virus, es necesario ser realista y saber qué es lo que se viene para poder estar mejor preparados que la primera vez, en lugar de aferrarnos a esperanzas con poco sustento como la de la inmunidad de rebaño o la llegada de la vacuna.
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No soy epidemióloga y no pretendo dar cátedra de salud pública, así que voy a limitarme a repetir lo que en el último mes he escuchado decir a los especialistas. En primer lugar, las olas europeas demoraron alrededor de 3 meses en reputar tras el primer pico. Si este comportamiento se repitiese en el Perú, ello significaría que tendríamos un rebrote significativo de COVID-19 alrededor de quincena o fines de enero.
Respecto a la vacuna, creo que no exagero al decir que el expresidente Martín Vizcarra le mintió a la población cuando dijo que esta llegaría a fin de año. Al momento de sus declaraciones no había ninguna vacuna aprobada para su distribución y, tal como ahora, el Gobierno Peruano no había firmado ningún contrato de compra con ningún laboratorio. En esa línea, la herencia de negociaciones con la que carga el gobierno de Francisco Sagasti es sumamente complicada. Cuando tuvo la oportunidad, Vizcarra no cerró el trato con AstraZeneca y ahora no tenemos proveedor y estamos en la cola de las negociaciones internacionales en lo que debe ser el mercado más difícil de la historia. Además, según las estimaciones de la Unidad de Inteligencia de la revista “The Economist”, el Perú se encuentra entre los países que recién tendrían una vacuna disponible para la mayoría de la población recién en el 2022.
¿A qué escenario nos enfrentamos entonces? Uno con rebrote, sin vacuna y con la ya conocida crisis económica; además de una elección presidencial en abril entre 23 candidatos que no tienen pinta de poder manejar ni 50 céntimos de pandemia.
Sin embargo, ya estamos –o deberíamos estar– mejor preparados. No hay ninguna justificación para que la próxima ola nos agarre igual de desprevenidos que la primera. Tenemos el conocimiento científico, la atención de la ciudadanía y una capacidad estatal alguito mejor desplegada que hace 9 meses.
Una estrategia que el gobierno de Vizcarra se negó a implementar al inicio de la crisis fue contar con una campaña de comunicación que eduque a la opinión pública sobre cómo comportarse en esta nueva realidad. Aquí una recomendación de tres mensajes que debería reforzar el Gobierno antes de que sea demasiado tarde. (1) El ya conocido verso de la mascarilla y la distancia física. No hay que inventar la pólvora, hay que retomar los hábitos que ya habíamos adoptado. (2) Por qué y cómo ventilar los espacios cerrados: abrir las ventanas y poner ventiladores para que el aire circule es tan importante como usar mascarilla. Sin embargo, los negocios formales e informales son un cúmulo de carga viral. Restaurantes, tiendas de ropa, bodegas, boticas, etc. Si ha entrado a alguno en las últimas semanas, estimado lector, conoce la sensación de aire estático a su alrededor. (3) Monitoreo de oxígeno en casa. Llegar con una oxigenación por debajo de 90% al hospital duplica la probabilidad de muerte, hacerlo con menos de 85% la cuatriplica. Todos los peruanos deberían tener acceso a un pulsioxímetro, saber cómo usarlo y cuándo acercarse a un centro de salud.
Podemos hacerlo mejor esta vez. No bajemos los brazos.
*La autora lidera Innpulso, una plataforma de proyectos contra el COVID-19.