El crecimiento en la agenda electoral, por G. Castagnola
El crecimiento en la agenda electoral, por G. Castagnola
Gianfranco Castagnola

Las se desarrollarán en un entorno económico muy distinto al del 2011. En ese entonces, la economía estaba en ‘boom’ y no se debatía sobre cómo crecer, pues se daba por hecho que seguiríamos haciéndolo. Más bien, se discutía sobre cómo distribuir los frutos de ese crecimiento: por ejemplo, mayor tributación a la minería o creación de nuevos programas sociales. El contexto de hoy obliga a pensar, primero, en cómo volver a crecer. 

La actual tasa de expansión de la economía de 2% o 3% sencillamente no alcanza. 

Primero, porque conlleva un insignificante aumento del empleo formal urbano –que es el de mayor calidad–, de menos del 1% al año –versus 6% de años previos–. Esto significa que solo 20 mil de las más de 200 mil personas que se incorporan cada año a la podrán encontrar un puesto formal. El resto tendrá que ingeniárselas en el mundo informal. 

Segundo, porque la reducción de la pobreza será un desafío mayor. Del 2005 al 2008 salieron de la pobreza, cada año, 1,3 millones de peruanos. En el 2014 lo hicieron solo 300 mil. Hasta el 2013, el 85% de la reducción de la pobreza la generaba el crecimiento económico. Hoy se reduce principalmente por programas sociales, lo que no es sostenible. 

Tercero, porque las finanzas públicas estarán ajustadas. Del 2007 al 2013 el gasto público crecía a ritmos anuales reales de 9%. En los siguientes dos años, lo podrá hacer a apenas 3% y aun así tendremos déficit fiscales de 2,5% del producto bruto interno (PBI). El Estado, con sus crecientes necesidades, tendrá que arreglárselas con lo que tiene. No hay espacio para mayor gasto ni, menos aún, para reducir impuestos.

La demanda por empleo pronto empezará a asomar en las encuestas como una preocupación importante y se sumará a la insatisfacción de la población por los servicios que presta el Estado. Según una encuesta de Ipsos del año pasado, 36% de la población pedía cambios radicales al modelo económico. Sin embargo, cuando a este grupo se le preguntaba sobre estos cambios, las tres principales menciones eran “combate a la delincuencia con más efectividad”, “que mejoren los servicios de educación” y “que sea más eficaz en combatir la corrupción”. Ninguno implicaba un giro en la política económica. Todos eran un pedido de un mejor Estado. 

Quienes pretendan gobernar el Perú a partir de julio próximo deberán ser conscientes de que sin crecimiento no es posible una buena gestión pública, pues para enfrentar los formidables retos institucionales y sociales se requieren recursos que solo pueden provenir de ese crecimiento. Los candidatos deberán decirnos cómo harán para recuperar la confianza empresarial. Sin esta, la inversión privada –el gran motor de la década pasada– seguirá languideciendo. Y en este campo, son los grandes proyectos mineros y de infraestructura los que pueden empezar a mover rápidamente la economía. Por ello, la paralización de Conga y Tía María es inconcebible. 

El Perú es un país minero. Hemos sido bendecidos por la naturaleza por estos recursos naturales. No aprovecharlos es una necedad. Y la minería es totalmente compatible con el impulso de otras actividades productivas, como lo comentó el ministro en estas páginas ayer. Los políticos deberían decirnos también qué harán para aumentar la competitividad del país. No vamos a diversificar nuestra economía si no aumentamos nuestra competitividad. Esto es, se necesita más y mejor infraestructura, flexibilización del mercado laboral, demolición de todo el andamiaje sobrerregulatorio que ahoga la actividad productiva y, en el largo plazo, fortalecimiento de las instituciones y desarrollo de un capital humano competente. Como lo sugiere la caída del Perú en el ránking de competitividad del Foro Económico Mundial, en estos años hemos avanzado en la dirección contraria.

En los próximos años no tendremos el viento a favor de la economía mundial. Para crecer, dependeremos más de cuán bien hagamos las cosas internamente para atraer inversión y elevar la competitividad. Si no lo hacemos, tendremos que resignarnos a tasas mediocres, que no alcanzan para avanzar en el largo camino al desarrollo.