Jaime de Althaus

Luego de las luchas políticas y sociales de los últimos años y meses, el país ha quedado profundamente dividido y sin un mínimo de objetivos comunes y valores compartidos que permitan conversar para recuperar un norte. La institucionalidad, el Estado y la seguridad se han deteriorado peligrosamente y prevalecen los intereses inmediatos y las iniciativas populistas en un clima en el que cada uno solo busca pescar lo que pueda en el río revuelto. Es la lucha de todos contra todos.

Lo único que se sostiene casi milagrosamente es la , gracias al modelo recogido en la Constitución del 93, pero la propia economía crece cada vez menos. Como ha señalado Diego Macera, el potencial es cada vez menor y ya no alcanza para reducir la pobreza. Eso es fatal. Con unos niveles de pobreza que se incrementan año a año, desembocamos en la turbulencia social endémica, en la inviabilidad y el estado fallido.

Necesitamos un movimiento de reencuentro nacional, de reconstrucción de sentidos comunes, de recuperación de la capacidad de plantear las reformas que nos permitan retomar el rumbo, repotenciar el modelo y volver a crecer a tasas altas. La propia situación brinda oportunidades para ello.

El Congreso, por ejemplo, estaba hasta hace poco en modo supervivencia, dando la batalla para defenderse de un posible cierre y de un inconstitucional referéndum constitucional. Pero ya esa etapa pasó y, si pretende quedarse hasta el 2026, la manera de relegitimarse es aprobando leyes y modificaciones constitucionales que restablezcan las condiciones de viabilidad nacional. Lo que no puede pasar es el retorno al modo populista del Congreso anterior. Es el momento de recuperar la voluntad de la clase política de ponerse de acuerdo en las reformas necesarias para recuperar eficiencia estatal y capacidad de crecimiento. Por lo menos las bancadas de centro y de derecha deberían pasar de cortas iniciativas individuales a la formación de una mesa técnica para desarrollar una agenda común de reformas, lo que, de paso, crearía relaciones de confianza para avanzar en el futuro a alianzas electorales.

Hay otras oportunidades. En lo inmediato tenemos la necesidad urgente de recuperar el turismo interno, en vista de que el externo tomará meses en reengancharse. Esto se presta para una gran campaña mostrando los atractivos de las regiones para invitar a los peruanos a visitarlas. Con ello pasamos del modo confrontacional al modo receptivo y de brazos abiertos. De la pelea al abrazo, de la identidad regional fundada en la lucha a aquella fundada en el orgullo. Es el reencuentro del Perú consigo mismo.

La amenaza del fenómeno de El Niño también debería llevar a desarrollar una cruzada nacional para reubicar a las familias que están en zonas de alto riesgo en urbanizaciones bien planificadas en zonas aledañas sin peligro. Eso tendría un alto valor civilizacional.

Para recuperar la relación con Puno es indispensable incorporar a la formalidad a la minería informal de La Rinconada, donde rige la ley de la selva. Los mineros de oro de ese distrito están demandando la instalación de bancos y centros de acopio para vender directamente el oro y formalizarse a cambio. Y normas más simples. Una solución pronta y práctica en Ananea puede servir de laboratorio para incorporar al resto de la minería informal y recuperar la confianza de los sectores andinos en el Estado.

Uno de los factores que más divide a los peruanos es el elevado costo de la formalidad, que excluye a las grandes mayorías. Requeriría instaurar un foro de diálogo social que permita llegar a acuerdos. Muy difícil, pero no imposible.

Luego de tantos años de caos, anarquía y luchas intestinas, el país necesita de la unidad de sus fuerzas de centro y de derecha para volver al camino del crecimiento acelerado y reducción de la pobreza.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Jaime de Althaus es analista político