(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Richard Webb

Si cada país marcha al ritmo de cierto compás, ¿cuál es la cadencia de nuestro avance nacional? ¿La marinera? ¿El huaino? Ambos son músicas que vibran de alegría, de energía y de la confianza que viene con la conquista. Pero temo que esos ritmos ya fueron, y que hoy nos invade más bien el tango, una música imbuida de melancolía, que llora por los muchachos y el barrio de antaño desaparecidos, y por lo que pudo ser. Según dicen, el lamento por la oportunidad perdida es la condena del alma argentina. Y justamente el lamento se ha vuelto la nota infaltable de casi toda conversación nacional. Eso sí, tratándose de una especie pensante no nos ponemos a llorar sin razones. Y vaya que las encontramos, en la economía, en la política y en el comportamiento antisocial de otros peruanos.

En cuanto a la economía, por ejemplo, nunca he escuchado con tanta frecuencia la palabra “crisis.” Ciertamente, el crecimiento de la producción se ha reducido recientemente, estimándose “apenas” 4% para este año. Lo que no se dice es que esa cifra equivale a un crecimiento de casi 3% per cápita, cifra muy respetable si se compara con nuestra historia o con la gran mayoría de países en el mundo. Durante el siglo de la industrialización en Europa, mayormente el siglo XIX, la producción por habitante creció menos, entre 1 y 2% al año. Hoy, si bien esperamos lograr más, y algunos países lo están logrando, es casi absurdo hablar de crisis.

Pero si el alma quiere llorar, la sutileza de un detalle de decimales no lo va impedir. En vez de mirar el cuadro económico del momento, entonces, la mirada se extiende a décadas, o incluso siglos de historia para justificar el pesimismo intuitivo.

Un ejemplo del poder que tienen las expectativas para convencernos, aun cuando no existe evidencia, ha sido la historia de la economía peruana durante el siglo pasado por Rosemary Thorp y Geoffrey Bertram, investigación que cubre el período 1890 a 1977, que se ha vuelto un clásico de la historia económica del Perú. Por la seriedad de ese trabajo, sus conclusiones acerca de nuestra economía han servido para justificar una expectativa pesimista en lo económico.

Pero Thorp y Bertram no contrastan sus expectativas con resultados del crecimiento económico. El libro anuncia en su primera página que el objetivo del estudio consiste en explicar cómo un país con tanta riqueza natural “aparentemente” ha logrado tan poco. El resto del estudio es una mirada en detalle a las políticas y resultados parciales de ciertos sectores productivos, pero nunca llegan a contrastar ese manejo detallado con los resultados globales de la economía. La sección Conclusiones afirma simplemente que el crecimiento a largo plazo “ha sido lento (probablemente poco más de 1% al año por persona)”, afirmación que no es sustentada con cifra alguna. El libro termina siendo una explicación detallada, concisa y muy clara de diversas actividades y políticas pero no presenta un balance global que permita evaluar el conjunto. El argumento descansa sobre todo en las desventajas de la dependencia en los capitales y el mercado internacional. Sin embargo, la contundente afirmación de un fracaso productivo requiere un sustento en cifras globales de la economía que nunca son presentadas. Queda la impresión que el “poco logro económico” anunciado en la primera página queda en los ojos de los autores como una expectativa tan fuerte que no es necesario sustentarlo. Sin embargo, desde fines del siglo XIX el PBI por persona ha aumentado once veces en el Perú, creciendo a una tasa de 1,9% al año, tasa que supera la lograda por casi todos los países de Europa.

Pero, a veces más que las cifras se impone la música, y lo que hoy queremos escuchar, aparentemente, es el tango. Además, ¿cómo dudar de que estamos mal? ¿Acaso no lo dijo Zavalita?