Crónica de una sospecha fundada, por Andrés Calderón López
Crónica de una sospecha fundada, por Andrés Calderón López
Andrés Calderón

“Acusación falsa, hecha maliciosamente para causar daño”, “Imputación de un delito a sabiendas de su falsedad”, son las dos definiciones de la Real Academia Española para la palabra ‘calumnia’. El Código Penal tiene una definición un poco más genérica (el que atribuye falsamente a otro un delito) aunque técnicamente incorrecta (hace falta el conocimiento doloso de la falsedad). Ninguna de estas descripciones, sin embargo, apoyan la tesis del señor José Chlimper en el post que publicó este martes, desde su cuenta de Facebook, titulado “Crónica de una calumnia”.

En su publicación, el ex candidato a la Vicepresidencia de la República por Fuerza Popular (FP) nos recuerda el penoso pero todavía oscuro incidente del audio adulterado que se propaló en el extinto programa “Las cosas como son”. El señor Chlimper narra su versión de los hechos y cuenta, una vez más, que él entregó solamente el audio original y no el modificado que intentaba desvirtuar la acusación del presunto colaborador de la DEA contra el licenciado secretario general de FP Joaquín Ramírez.

Además, cuestiona el rol de algunos medios de prensa –incluyendo en sus menciones a este Diario– por haberle atribuido “la autoría de la manipulación” y los hace responsables de un “atropello desproporcionado”, “odio”, “difamación” y “campaña de desprestigio”. 

Habida cuenta de lo que puede sentir quien se encuentra en la incómoda situación de ser objeto de cobertura periodística por un hecho tan sombrío como la manipulación de un audio –un hecho que también podría ameritar una investigación penal–, puede ser, en alguna medida, comprensible el pesar del señor Chlimper. Pero al mismo tiempo, sus expresiones reflejan una preocupante visión sobre la labor periodística, más aun viniendo de un personaje público que aspiraba a uno de los puestos más importantes de la nación. 

Pues más allá de la incorrección semántico-jurídica del secretario general de FP –hasta donde recuerdo al señor Chlimper nunca se le identificó como autor de la manipulación y no puede haber falsedad (mucho menos dolosa) ahí donde un hecho no ha sido completamente dilucidado–, no debería sorprender ni agraviar que un medio de prensa indague, profundice y hasta dedique portadas a un hecho tan grave como la falsificación de una prueba. Y, quiérase o no, el que haya provenido de sus manos el audio original que –según él– después fue adulterado, lo involucra en el hecho y lo convierte en sospechoso.

Además de ese solo dato que, por sí mismo, justificaba la pesquisa periodística, la narrativa del ex candidato presenta varios agujeros lógicos que motivan una mayor indagación. Después de todo, confiar ciegamente en su versión implica aceptar que él quería enviar un audio (el original) en el que el supuesto informante de la DEA se reafirmaba –y no se desdecía, como argumenta Chlimper– en su acusación. Supone creer que él nunca se dio por enterado de la amplia difusión que tuvo la versión adulterada del audio original que él entregó. Significa aceptar que, por simple antojo, un directivo televisivo o un grupo de periodistas decidieron alterar el audio para intentar desvirtuar la acusación contra el entonces secretario general de Fuerza Popular, sin ningún mandato o acuerdo de por medio. O, más recientemente, dar por cierto el papel servicial que cumplió nada menos que el secretario general, jefe de campaña y candidato a la vicepresidencia, al aceptar el extraño encargo de alguien al interior de su partido de contactar a un directivo empresarial y no a un periodista para la sensible entrega del audio.

Cada quien es libre de sacar sus conclusiones sobre la secuencia de hechos y las extrañas preguntas irresueltas que dejan, pero pretender que un periodista guarde un complaciente silencio sobre ellos es tan mala práctica como confundir suspicacia con calumnia.