Iván Alonso

Uno de los argumentos con los que la izquierda pretende relativizar el de los últimos 30 años es que fue producto del “remate” de las empresas estatales en la década de 1990. El argumento es curioso porque supone que rematar o malbaratar un negocio es bueno para su propietario. Pero la premisa es falsa: las empresas estatales no fueron malbaratadas.

Rematar, por cierto, tiene dos sentidos diametralmente opuestos: el de vender algo a un precio muy bajo y el de venderlo mediante un procedimiento dirigido a obtener el precio más alto posible. En este segundo sentido, se puede decir que las empresas estatales fueron rematadas; en el primer sentido, no.

El caso más recordado es el de Telefónica del Perú, cuyo precio superó todas las expectativas. Telefónica del Perú surgió de la fusión de la Compañía Peruana de Teléfonos (CPT), que prestaba el servicio local en Lima, y Entel Perú, que prestaba el servicio local fuera de Lima y el de larga distancia en todo el país. La se dio en dos etapas. Primero se vendió el 35% de Entel, que era íntegramente estatal, y el 20% de la CPT, que era todo lo que el Estado tenía. Para llegar al 35% de la CPT, una parte del precio que pagara el comprador se inyectaría a la compañía como un aporte de capital. En la segunda etapa, posterior a la fusión, se vendió el 65% restante a los trabajadores de Entel y al público en general, creando una compañía de accionariado difundido.

Nueve de las mayores compañías telefónicas de América, Asia y Europa fueron precalificadas para la subasta del 35%. Seis desistieron cuando se anunció el precio base de US$546 millones. Solo tres presentaron ofertas: Telefónica de España, US$2.002 millones; Southwestern Bell, US$857 millones; y GTE, estadounidense como la anterior, US$803 millones. Decir que la empresa fue malbaratada, cuando para seis de los nueve interesados el precio base era muy alto y cuando dos de los otros tres ofrecieron menos de la mitad que el ganador, es un absurdo.

Es fácil comparar los precios a los que se vendieron empresas como Telefónica del Perú (Movistar) o las que surgieron de Electrolima (Enel Generación, Enel Distribución y Luz del Sur) con su valor actual y decir que se malbarataron. Fácil, pero equivocado. Cuando esas empresas se privatizaron no valían lo que valen hoy. Sus limitaciones eran penosas. Había que esperar dos años para que la CPT le pusiera a uno un teléfono en su casa. Hoy Movistar le da un celular de inmediato. Lo que esas empresas valen hoy es consecuencia de lo que sus accionistas privados hicieron de ellas: empresas más eficientes que prestan más y mejores servicios a un porcentaje cada vez mayor de la población.

El argumento que pretende relativizar el crecimiento económico tiene, sin embargo, un grano de verdad. Más y mejores servicios son sinónimos de crecimiento económico. Cuánto bien le habría hecho al país que se privatizaran más empresas estatales, como Sedapal y otras empresas de saneamiento. Más peruanos tendrían agua durante más horas al día. El crecimiento habría sido más alto todavía.

Iván Alonso es economista