"Que las deportistas son juzgadas por su apariencia no es novedad".
"Que las deportistas son juzgadas por su apariencia no es novedad".
Daniela Meneses

La frase que sirve de título a esta columna fue la elegida la semana pasada por un diario local para celebrar en su portada el oro de la peruana en esquí acuático. Las críticas no tardaron: se elegía poner en primer lugar la belleza de la deportista –irrelevante en este contexto– y, al hacerlo, se minimizaba su esfuerzo y éxito.

Al día siguiente de la publicación, un programa que se considera de comedia imitaba a, la peruana que acaba de ganar el oro en la maratón de los Panamericanos. Como denunció Alerta contra el Racismo, del Ministerio de Cultura, en la emisión “se pretende hacer , su forma de hablar, su etnicidad, su condición de pobreza, entre otros aspectos”. Considerando que la discriminación racial está relacionada con la apariencia (y tomando en cuenta cómo estuvo caracterizado el imitador de Tejeda en el programa) resulta evidente que también su imagen era materia de juicio.

Que las deportistas son juzgadas por su apariencia no es novedad. Lo vimos en el Mundial de Fútbol Femenino. Entonces, una nota del “New York Times” parafraseó a la psicóloga deportiva Vikki Krane, quien aseguraba que las atletas tienen poca libertad en sus decisiones: “Si escogen no usar maquillaje o tener pelo corto, ignorando nociones de feminidad, muy frecuentemente se las considera masculinas. Y si deciden ponerse maquillaje o usar pelo de colores, también son ridiculizadas por eso”. Otro ejemplo: en el 2014, el medio inglés “BT Sport” encuestó a 110 atletas. Casi el 80% dijo sentir presión para adecuarse a cierto tipo de imagen corporal. Dos tercios creían que el público y los medios valorizaban más las apariencias que los logros de las atletas.

Mientras la semana pasada se discutía lo sucedido con Cuglievan y Tejeda, leí el libro “Perfect Me” (2018), en el que la filósofa y profesora de la Universidad de Birmingham Heather Widdows reflexiona sobre la belleza y su significado en la sociedad. Aunque también habla de deportistas (y los juicios físicos que reciben), el tema que abarca es mucho más amplio: la belleza, explica la autora, es “una cosa seria, [...] que forma profundamente nuestra cultura compartida y nuestra práctica individual”.

La tesis que propone es que para muchas personas y en muchos contextos, la belleza es más que una característica que celebrar o más que una norma social: funciona como un valor ético. ¿A qué se refiere con esto? A que “fija los estándares ideales a los que aspirar y presenta trabajar hacia esos estándares como un deber moral”. Cumplir con los estándares de belleza se vuelve, para muchos, lo más valorado, y una medida para juzgarnos. Existe, entonces, un mensaje que señala que si logras esta meta recibirás a cambio cosas positivas (te irá mejor en el trabajo, en la vida amorosa…). Este tipo de ideas se ve en nuestro día a día: pensemos, por ejemplo, cómo muchas veces se considera que quienes fueron al gimnasio, cumplieron la dieta o se acordaron de quitarse el maquillaje antes de dormir han sido ‘buenos’.

Widdows presenta una serie de preocupaciones que nos conciernen a todos. Por ejemplo, le preocupa que diversas actividades de belleza se sientan cada vez menos opcionales. Que cumplir con los estándares es más difícil cuando la tecnología permite hacer zoom a nuestras imperfecciones. Que estamos yendo cada vez más hacia un estándar global de belleza sin espacio para diferencias. “Si las peores tendencias continúan, nos encontraremos en un mundo donde estamos preocupados por la apariencia al punto de la obsesión, donde nuestros esfuerzos se canalizan en mejorar nuestros cuerpos en detrimento de otras actividades”.

Como nos dice Widdows, no se trata de negar que la belleza tiene un lugar en la sociedad. Pero, y más allá de que estemos de acuerdo con todos sus puntos, el libro llama a cuestionar nuestra relación con y nuestras actitudes hacia la belleza. Y precisamente en ese sentido es tan importante hablar de lo sucedido con Cuglievan y Tejeda. Porque nos recuerda las preguntas de fondo: ¿qué papel le estamos dando a la belleza en la sociedad y en nuestra vida? ¿Y qué ideas –y cuánto racismo– hay detrás de lo que consideramos bello?