Andrés Oppenheimer

Chile ha redactado una nueva que, si se aprueba en un plebiscito el 4 de setiembre, otorgará poderes políticos extraordinarios a las minorías de los pueblos originarios. Pero hay cada vez más interrogantes sobre si esta Constitución no se ha pasado de la raya, y si no va a perjudicar a los propios pueblos indígenas a los que pretende ayudar.

Varios expertos chilenos, incluidos algunos activistas de derechos humanos, me dicen que la nueva Constitución otorga a los indígenas una parte desproporcionada del poder político, y los convertiría en el bloque electoral clave en el Congreso. Si la nueva Carta Magna conduce a un caos o a un régimen autoritario, como temen sus críticos, muchos chilenos le van a pasar la cuenta a los pueblos indígenas.

El expresidente chileno Ricardo Lagos, del Partido Socialista y una de las voces políticas más respetadas de América Latina, expresó sus temores de que la nueva Constitución produzca más polarización. Lagos escribió esta semana que “necesita y merece una Constitución que suscite consenso”. Agregó: “una Constitución no puede ser partisana”.

La nueva Constitución, que se presentó oficialmente al presidente Gabriel Boric días atrás, es una de las más largas del mundo. Tiene 388 artículos y 57 “reglas transitorias”.

Fue escrita por una Convención Constituyente compuesta mayoritariamente por miembros progresistas e izquierdistas, que fue elegida por una abrumadora mayoría de chilenos después de las masivas protestas callejeras del 2019.

Aunque Chile es el país más desarrollado de América Latina, muchos chilenos sienten que no se han beneficiado del éxito macroeconómico. La nueva Constitución promete una larga lista de derechos sociales, de género y ambientales.

Pero los escépticos señalan que el plan de la Constitución de convertir a Chile en un país “plurinacional” dividiría aún más a Chile. Además, la nueva Constitución politizaría el sistema de justicia y debilitaría la independencia judicial, afirman.

Los pueblos originarios recibirían automáticamente unas 17 bancas designadas en el Congreso, lo que equivaldría a un voto decisivo y a un poder de veto, dicen los críticos de la Constitución.

La nueva Constitución se basa en el supuesto de que hay 2,2 millones de indígenas en Chile, o alrededor del 12% de la población. Pero muchos expertos dicen que la cifra real es de alrededor de 500.000 porque muchos chilenos se identificaron falsamente como descendientes de indígenas en el censo del 2017 con la esperanza de recibir subsidios del gobierno.

Los defensores de la nueva Constitución, a su vez, argumentan que el texto constitucional representa el sentir de todos los chilenos, porque un 78% votó en el 2020 a favor de redactar una nueva Constitución, y al año siguiente se eligió a los 155 constituyentes.

Aunque las encuestas actuales muestran que si la votación fuera hoy ganaría el rechazo a la nueva Constitución, el resultado del plebiscito es incierto.

Boric apoya la aprobación de la Constitución, bajo la premisa de que sus deficiencias pueden corregirse más adelante mediante leyes secundarias. Pero ese argumento es cuestionable, porque el texto tiene cláusulas ambiguas que podrían hacer difícil cambiar la Constitución una vez que sea aprobada.

El mejor resultado para Chile sería rechazar la nueva Constitución en el plebiscito de setiembre y redactar una nueva Carta Magna que aumente los derechos indígenas y de otras minorías de una forma mucho más consensuada. El texto actual amenaza con producir una mayor división, violencia, fuga de capitales, estancamiento económico y más pobreza.

–Glosado y editado–

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Andrés Oppenheimer es periodista