"Ese himno nacional a todo pulmón antes del impecable triunfo contra Nueva Zelanda fue una suerte de grito por una integración nacional". (Foto: El Comercio)
"Ese himno nacional a todo pulmón antes del impecable triunfo contra Nueva Zelanda fue una suerte de grito por una integración nacional". (Foto: El Comercio)
Carmen McEvoy

“El Perú es un camino”, señaló alguna vez Antonello Gerbi refiriéndose al país que lo acogió junto a su familia cuando su amada y admirada Europa estallaba en mil pedazos. Para este brillante y reconocido humanista que entre 1938 y 1948 ejerció la actividad de investigador en el Banco de Crédito de Lima, la geografía no sabía por dónde coger al Perú. Porque no eran el mar, ni los ríos, ni las cadenas de los Andes, ni las densas forestas amazónicas ni los arenales de la costa los que definían a esa suerte de archipiélago terrestre que tanto lo fascinaba, sino sus múltiples caminos.

Los caminos del Perú, señaló el autor de “La naturaleza de las Indias Nuevas”, revelaban a “la patria a sí misma como en un mágico espejo” luego de un difícil batallar con un entorno hostil. El Perú, “país hecho por los hombres y no por la naturaleza”, derivaba su humanismo de una afanosa búsqueda de su propia existencia en una materialidad integradora. La milenaria tarea por comunicarse contó, según Gerbi, con la mente, la visión y los brazos de quienes trazaron los puntos de encuentro de una “prodigiosa síntesis” llamada Perú.

Mientras concebía esta columna sobre los complicados caminos del Perú, logramos clasificar a la Copa Mundial. Y ello justamente ocurrió el día previo a la conmemoración de la trágica desaparición de Manuel Pardo, cuya propuesta del Ferrocarril Trasandino definió la integración vial del siglo XIX.

Con sus errores y aciertos, el camino personal del primer presidente civil –luego de medio siglo de caudillismo militar– se truncó un 16 de noviembre de 1878 en la puerta del Congreso de la República, cuando aún tenía mucho que dar a ese país que lo maravillaba por sus “milagrosas convalecencias”. “A mí solo me matarán por la espalda”, pronosticó el economista que fundó el primer partido moderno de nuestra historia y pagó con su vida el intento de transformar al Estado Peruano de manera radical.

El país de los caminos que se bifurcan es una frase que –parafraseando a Borges– puede ayudar a describir al Perú, especialmente esta semana colmada de felicidad pero también de muchísima frustración. Por un lado, un puñado de peruanos, de la mano de un entrenador inteligente y sereno, nos dio una lección inolvidable de pundonor. El camino del trabajo en equipo, la disciplina, la humildad y el amor por el Perú llevan a la victoria y a enorgullecernos de nuestras fortalezas.

Pero hay también un camino oscuro que nos lleva a Curitiba y que termina en la declaración de un delincuente. Uno al que se le abrieron las puertas de la república para que pervirtiera la noble tarea de integrarnos y mirarnos en el espejo de nuestro trabajo honrado al cual Gerbi se refirió. Ello muestra la vulnerabilidad política y económica a la que se nos ha conducido y que, cabe subrayarlo, es inédita en nuestra historia. Porque, con todo el respeto que se merece la ministra de Economía, hay nudos históricos que simplemente no los resuelve el consumo mundialista y el crecimiento económico.

El intenso apoyo a nuestra selección viene de una sed de triunfos de parte de una sociedad golpeada por la desilusión. Ese himno nacional a todo pulmón antes del impecable triunfo contra Nueva Zelanda fue una suerte de grito por una integración nacional y una representación digna y valiente que desgraciadamente no cristaliza a nivel político.
En tiempos tan difíciles como los que nos ha tocado vivir, muchos de los dilemas y necesidades más trascendentes se resuelven de una manera fácil e incluso rápida. Una de estas verdades vitales a las que me refiero es el heroísmo. Como lo dijo en su momento el filósofo William James, el instinto humano de la realidad siempre ha concebido al mundo como un gran teatro donde se despliega el heroísmo digno de admiración.

El llamado al heroísmo existe en el hombre, aunque esta sociedad –en la que todo se compra y se vende– diga lo contrario. Y pareciera ser que ese heroísmo, que los peruanos asignamos a nuestro seleccionado, consiste básicamente en trabajar fuerte por el Perú llevándolo a la gloria, en oposición a la miseria, el escándalo y la humillación a la que por décadas se nos ha condenado.

En la conclusión de su notable trabajo, Gerbi señaló que los caminos del Perú debían ser medio de equidad, fin del monopolio, instrumento de unificación y estabilización del mercado nacional. Pero, por sobre todo, una oferta de iguales oportunidades a los peruanos, un elemento clave para la instauración de una democracia sólida y duradera.

No sé en qué precipicio o atajo acabará el camino tortuoso que lleva a Curitiba. Lo único que sé es que nuestro seleccionado nos ha mostrado un camino alternativo donde es posible ver resplandecer en el fondo del espejo un amor sincero por el Perú. El equipo de todas las sangres pareciera estar recuperando una identidad y un sentimiento fundamental, con el cual nuestra maltrecha república bicentenaria finalmente podrá encontrar el sitial y el respeto que se merece. Creo que ya era hora. ¡Por eso va nuestro agradecimiento a Ricardo Gareca, Juan Carlos Oblitas y al extraordinario equipo de guerreros que nos hicieron vibrar de emoción!