“Hay delfines sueltos que saben perfectamente que la política peruana es tierra desestructurada fértil para el acomodo perfecto a la oportunidad perfecta”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
“Hay delfines sueltos que saben perfectamente que la política peruana es tierra desestructurada fértil para el acomodo perfecto a la oportunidad perfecta”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
Juan Paredes Castro

Cancelado el ciclo de los caudillos históricos civiles y militares, el paisaje político latinoamericano aparece pintado, cada vez más, de herederos y herederas de aquellos y de sus opositores.

Son los delfines y las delfines de estos tiempos, esperando su turno de poder. Unos y otras legítimos, unos y otras advenedizos.

La oportunidad que tienen estos herederos para acceder al poder puede llegar ahora o nunca, o acabarse por equis circunstancias en un cuarto de hora.

Los herederos del peronismo y del antiperonismo en Argentina; del fujimorismo y del antifujimorismo, así como del aprismo y del antiaprismo, en el Perú; del chavismo y del antichavismo en Venezuela; del lulismo y del antilulismo en Brasil; del pinochetismo y del antipinochetismo en Chile; del uribismo y del antiuribismo en Colombia, del priismo y del antipriismo en México; y del evomoralismo y del antievomoralismo en Bolivia.

Son liderazgos puestos y contrapuestos que reclaman su lugar, lamentablemente en medio de marcadas polarizaciones políticas e ideológicas que dejan muy poco espacio a un centro articulador y concertador.

Son los y las delfines en carrera por el trono. Delfines en carrera, también, por colocarse detrás del trono. Príncipes y princesas de la política persiguiendo el poder bajo supuestos moldes democráticos modernos, formales e informales, en los voraces tiempos de Internet y de las redes sociales, que tanto pueden dejar una dignidad o una impostura en pie como en carne viva y en huesos.

La disputa de herederos y herederas por el poder en el Perú es de las más amplias e intensas que conozcamos. En Acción Popular, entre quienes trabajan por darle nueva vida al belaundismo; en el Apra, entre los seguidores de Haya de la Torre y Alan García; en Fuerza Popular, entre quienes buscan reivindicar a un Alberto Fujimori preso y los que bregan por sacar a Keiko Fujimori del hoyo judicial; en Somos Perú, entre quienes recuerdan la perfomance municipal de Alberto Andrade y su frustrado proyecto presidencial; en el Partido Popular Cristiano, entre quienes pretenden hacer honor a su fundador y por muchos años figura presidenciable, Luis Bedoya Reyes; en el Frente Amplio, entre quienes encarnan más la escisión que la unidad de una izquierda errática.

Alianza para el Progreso, el partido que lidera César Acuña, no tiene herederos ni herederas a la vista, mientras Solidaridad Nacional ensaya el reemplazo del exdelfín Luis Castañeda por la desafiante delfín de perfil fujimorista, Rosa María Bartra.

Ensimismados por su posición favorita en las encuestas, el Partido Morado y sus líderes, Julio Guzmán y Daniel Mora, pretendían heredar, hasta hace poco, el grueso y seductor caudal electoral del antifujimorismo que tanto éxito político le dio a Toledo, Humala, Kuczynski y Vizcarra. Sin embargo, Guzmán y Mora se han visto, de la noche a la mañana y por acción de sí mismos, prácticamente desheredados. Uno por graves revelaciones de violencia familiar. El otro por salir corriendo de un departamento en llamas que minutos antes compartía con una militante de su partido. Queda por verse si el Partido Morado, hoy virtualmente acéfalo, recobrará la respiración.

Guzmán es una demostración de cómo en estos tiempos de transparencia en tiempo real un líder político, por muy fuerte que parezca, puede pasar de heredero de mucho a heredero de nada.

El drama del príncipe Carlos de Inglaterra es que no sabe cuándo llegará su momento. El drama de Julio Guzmán es que sabe que su momento se ha extinguido, sin que pueda creerlo.

Hay delfines sueltos, como el ex primer ministro Salvador del Solar y el actual alcalde de La Victoria, George Forsyth, que saben perfectamente que la política peruana es tierra desestructurada fértil para el acomodo perfecto a la oportunidad perfecta.

Caído un delfín, hay lugar para el siguiente delfín. De cada diez potenciales políticos, nueve se consideran presidenciables. ¿Cómo decir que no hay delfines de sobra?