2016: ‘Annus horribilis’ de la democracia, por I. De Ferrari
2016: ‘Annus horribilis’ de la democracia, por I. De Ferrari
Fernando Rospigliosi

La está bajo asedio y en retroceso en el mundo entero, según reporta el semanario británico “The Economist”, tesis que comparten con preocupación muchos especialistas en todas partes. Según la Unidad de Inteligencia de esa revista, se han producido retrocesos en 89 países y avances solo en 27. (“Así muere la democracia. Lecciones del ascenso de caudillos autoritarios en estados débiles”, “Gestión”, 19/6/18).

Los ejemplos que señala “The Economist” no se refieren solo a países como Nicaragua, Turquía, Hungría y Venezuela, sino a Estados Unidos que “tiene un presidente que pisotea sus normas”, a China donde Xi Jinping está convirtiendo el autoritarismo en una autocracia y la Rusia de Vladimir Putin. No es poca cosa que en las naciones más importantes del mundo, ya sea por su poder económico o militar, se adviertan alarmantes retrocesos. El peor caso pareciera ser el de EE.UU., donde un caudillo populista socava las instituciones, ataca a sus aliados democráticos –Justin Trudeau, Angela Merkel o Emmanuel Macron– al tiempo que se siente cómodo al lado de déspotas como Kim Jong-un, Rodrigo Duterte o Vladimir Putin. Porque EE.UU. no solo es el país más poderoso del mundo, sino porque tiene la democracia más antigua y sólida, y ha sido un firme defensor de las libertades y los derechos humanos, cosas que ahora está en cuestión.

En el Perú, el más reciente estudio del Barómetro de las Américas muestra también que el respaldo a la democracia está disminuyendo: “La democracia está a la defensiva en las Américas y alrededor del mundo. […] En Perú, el apoyo a la democracia cayó de 62,5% en el 2008, cuando tuvo su punto más alto, a 52,7% en el 2017. […] El apoyo a los golpes presidenciales [cerrar el Congreso] en Perú es en el 2017 el más alto de la región”. (“Cultura política de la democracia en Perú y en las Américas 2016/17”).

El generalizado desprestigio de las instituciones es uno de los asuntos más peligrosos, que suele ser aprovechado por los enemigos de la democracia para minarla y eventualmente destruirla. Según el Barómetro, el Perú está en el último lugar en la región en lo que respecta a confianza en los partidos políticos. Solo un 7,5% confía en ellos. Ese es el ambiente en el que florecen los caudillos autoritarios.

Desde que a principios de la década de 1980 Estados Unidos y la comunidad internacional vedaron los golpes militares en América Latina –luego de 20 años de dictaduras institucionales de las Fuerzas Armadas–, en la región se regresó al antiguo método de caudillos que se hacen del poder y se perpetúan en él simulando mantener la democracia, realizando periódicamente elecciones fraudulentas, destruyendo la libertad de prensa y sometiendo las instituciones que deberían contrapesar su poder.

Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, Alberto Fujimori en el Perú, Daniel Ortega en Nicaragua, Evo Morales en Bolivia, son ejemplos de esa modalidad de dictadura con un barniz democrático. En realidad, son esencialmente lo mismo que eran Porfirio Díaz en México, Alfredo Stroessner en Paraguay o Rafael Leónidas Trujillo en la República Dominicana, solo que adaptados al mundo del siglo XXI.

El desmantelamiento de la democracia tiene varias etapas, según “The Economist”. Se produce en medio del descontento popular con la situación que se vive: problemas económicos, inseguridad, corrupción, migrantes que llegan. Luego los caudillos autoritarios buscan a algún enemigo a quien culpar de todos los males. Cuando se hacen del poder, suprimen “la prensa independiente, el sistema judicial imparcial y otras instituciones”. Finalmente, modifican las constituciones, persiguen a los opositores, disuelven los congresos. Esa experiencia ya la hemos vivido en el Perú en la década de 1990. Cuando se recuperó la democracia muchos creyeron que no habría vuelta atrás. La ilusión ha durado poco.

Si observamos desapasionadamente la realidad, las condiciones para el surgimiento de un caudillo populista –de izquierda o de derecha– que destruya la democracia están presentes. Partidos políticos anémicos en los que nadie cree, corrupción generalizada y casi siempre impune, inseguridad ciudadana, instituciones básicas como el Congreso y el Poder Judicial completamente desacreditadas, ahora la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) seriamente cuestionada y varios etcéteras más.

Por supuesto, la democracia no está necesariamente condenada. Sus partidarios pueden defenderla con éxito. Como dice “The Economist”, “la primera línea de defensa del sistema son los jueces independientes y los periodistas acuciosos”. No por casualidad son también los primeros blancos de los ataques.