La democracia hacia el bicentenario, por Francisco Miró Quesada
La democracia hacia el bicentenario, por Francisco Miró Quesada

Medir la calidad de la democracia no es nada fácil porque intervienen diversas variables. El destacado intelectual y economista peruano José Encinas del Pando, a mediados de la década de 1980, elaboró una ecuación del poder para América Latina que puede utilizarse para medir la calidad de la democracia no solo en nuestro contexto regional, sino en otras sociedades. Planteo y pongo en debate la calidad de la democracia porque en nuestro país es baja. Tenemos una integración social baja que, al existir, afecta a la mayoría de peruanos que no tiene poder, o no lo puede ejercer porque carece de instituciones que le faciliten este ejercicio.

En consecuencia, para tener una sociedad con una democracia de calidad, debemos pasar de un estatus de integración social baja a otro de integración social alta. Lo veo difícil de aquí al 2021.

La baja calidad de nuestra democracia es el resultado de varias prácticas políticas arraigadas desde hace más de 150 años. Entre ellas una cultura autoritaria, todavía predominante en sectores mayoritarios, aunque con mínima tendencia a la baja, lo que es positivo. Continúa también el caudillismo que afecta la democracia interna en los partidos políticos, con tendencia al alza al haberse proliferado durante los últimos años en los ámbitos nacional, regional y local. También se mantiene el clientelismo y no vemos tendencia a la baja de esta práctica que convierte a la política en una especie de mercado donde se negocia el poder.

Sin embargo, sí hay un indicador positivo. Se trata de uno con tendencias a la baja y que fue muy frecuente en la historia política del Perú: el péndulo del poder. Es decir, pasar de gobiernos civiles a militares y viceversa, con una constante casi permanente que desde luego afectó la calidad de la democracia y que parece haber sido superada en el presente siglo. Me refiero a las dictaduras cívico-militares tipo Leguía y Fujimori y a las militares que fueron muchas. 

Este es un buen paso para mejorar la calidad de la democracia, pues implica una adecuada distribución del poder en la sociedad civil, que esté menos concentrado en caudillos, élites (no solo políticas, sino económicas y culturales) o tecnócratas al servicio de estas que se pasean entre el sector privado y público como Pedro por su casa. 

Se requieren instituciones no solo políticas, sino económicas y sociales que contribuyan al empoderamiento ciudadano. El empoderamiento ciudadano está íntimamente vinculado con la distribución del poder, el reconocimiento del otro, en asumir el carácter pluriétnico, pluricultural y plurilingüístico de nuestra sociedad. Se requiere un mayor pluralismo activo y consistente, así como más tolerancia con la diversidad de ideas, pareceres y visiones del mundo.

Deben superarse las trabas que mencionamos al inicio de este artículo, más el racismo, la misoginia, la homofobia, entre otras variables estrictamente no políticas pero fundamentales para el reconocimiento del otro.

Debemos transparentar los procesos de toma de decisiones políticas en el sector público y entre el Estado y la sociedad civil. Por ejemplo, en relaciones más próximas y abiertas entre gobernados y gobernantes, representantes y representados, para superar otra mala práctica heredada desde el Virreinato: el secretismo, una raya más al tigre de la baja calidad de la democracia. Finalmente, promover la participación ciudadana a través del uso y aplicación de las instituciones de la democracia directa y la democracia electrónica.

Salvo la toma de conciencia de la inutilidad, por inhumana, de las dictaduras que en este siglo felizmente brillan por su ausencia en el país, no veo que las otras prácticas que nos permitirían superar la democracia de baja calidad desaparezcan de aquí a cuatro años. Más aun porque este tema está fuera de la agenda política. Por eso, sería una buena señal que el Congreso apruebe la reforma electoral y la bicameralidad.

Habrá que esperar el paso del tiempo para que los peruanos del futuro puedan decir con certeza que nuestra democracia es de alta calidad. Ello no quiere decir que se debe renunciar al debate y la propuesta en cualquier rincón del país.