(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Luis Millones

Es obvio que no se pudo gobernar a nueve millones de habitantes y regular su vida, con pactos, alianzas o armas, sin haber logrado un sistema de comunicación precisa con las dirigencias de todos ellos. El Tahuantinsuyo hizo prevalecer su idioma –el quechua Yungay o Q2– sobre la variedad idiomática de los estados, confederaciones y comunidades que componían su imperio.

Pero eso no basta para copar con las necesidades sociales, políticas y económicas de un Estado de composición múltiple cuyo único centro de poder era el Cusco. También fue urgente adoptar o revivir un sistema de comunicación y administración que cubriese la voluntad que impelía su explosivo crecimiento. Se calcula que el Imperio Incaico tenía apenas algo más de un siglo cuando esta maquinaria de funcionamiento y conquista fue desbaratada por la invasión europea.

La demografía habla de una pérdida catastrófica del 90% de vidas humanas que desaparecen por los trabajos forzados, la alimentación precaria y las enfermedades desconocidas. Pero no se hace suficiente énfasis en la rápida desaparición de la “inteligencia” acumulada en la nobleza cusqueña. Me refiero a aquellas familias gobernantes que reclamaban como ancestros a las panacas reales y que hoy se conoce como la relación de los diez incas que controlaron el Tahuantinsuyo a partir de Manco Cápac.

La historia nos dice que la colonización europea en el caso del Imperio de la Triple Alianza –o Excan Tlatoloyan– transitó de Hernán Cortés a una burocracia leal al rey de España sin mayores problemas. En cambio, los conquistadores-encomenderos del Perú se enfrascaron en una guerra de casi 40 años: los hermanos Pizarro contra Diego de Almagro, el hijo de Almagro contra Pizarro, Gonzalo Pizarro contra Pedro La Gasca, etc. Las tropas de estos combates interminables fueron en su mayoría indígenas, convertidos en carne de cañón.

Al mismo tiempo, los conquistadores y encomenderos trataron de gobernar eligiendo incas que les sirviesen de marionetas, como Toparpa, Paullo Inca y Manco Inca. El proyecto fracasó cuando este último inca, sabiéndose utilizado, prefirió sublevarse y llevar consigo a parte de la nobleza a su refugio de Vilcabamba, que finalmente fue destruido por el virrey Toledo.

Estas sucesivas matanzas fueron liquidando también al sector educado de la nobleza y con ella se perdieron, entre otros muchos saberes, el manejo de los quipus. En especial ese privilegiado grupo de quipucamayos que podía interpretar los cordones y nudos que provenían de distintas partes del imperio.

En más de una crónica encontramos lo que se supone sería la “traducción” de un quipu. Sin embargo, resulta claro que los quipucamayos que compartieron su saber con los españoles no podían descifrar con eficiencia las cuerdas y nudos de una región distinta a la suya.

Tal conocimiento sigue perdido. Tampoco los elementos de comunicación andina ofrecían un aspecto que se asemejase a la escritura, por lo que su comprensión está en desventaja con respecto a los sellos cilíndricos o las tablillas cuneiformes.

En algún momento de su historia, los escribas babilónicos tradujeron textos acádicos y arameos al alfabeto griego. No son pocas las tablillas que presentan la versión cuneiforme en una cara y la griega al reverso. Hay ejemplares de escritura bilingüe que nos hablan de cálculos astronómicos, los precios del mercado para el aceite y la cebada, los niveles del Éufrates, etc.

Lo mismo puede decirse de la escritura maya que siguió usándose luego de la llegada de los españoles. Pero estos sistemas de comunicación tienen en común que han llevado las palabras a signos sobre una superficie plana, de material muy variable, desde tablas de arcillas hasta papel amate.

Nuestro quipu (la palabra significa ‘nudo’) es un objeto físico que está formado por cuerdas de lana de camélido o fibras de algodón. Las crónicas nos dicen que los hilos, sus nudos, sus colores y los objetos (que no siempre pero en muchos casos están atados a ellos) constituían el registro incaico de información administrativa y de relatos, en prosa y en verso (lo que hoy llamaríamos literatura).

El quipu como objeto está compuesto por una cuerda notoriamente más gruesa que otras menores que cuelgan de ella. Un extremo de este cordón principal suele tener un nudo grueso, y el otro extremo se prolonga más allá del lugar donde se une con las cuerdas secundarias que penden de la principal. No suele ser muy larga, apenas sobrepasa el medio metro y su grosor no llega a los tres centímetros. Las cuerdas colgantes tienen a su vez otras tantas que cuelgan de ellas que también pueden tener ramificaciones.

No es una creación del Imperio Incaico. Se ha recogido un buen número de quipus del Horizonte Medio, alrededor del 600 u 800 d.C. y es probable que hayan existido mucho antes. Tampoco sería extraño encontrar quipus cuyo uso pueda tener fechas muy modernas, pero su relación con los que sirvieron a los incas sería difícil de probar, aunque todavía hoy cumplen funciones ceremoniales en grupos sociales más bien reducidos.

El quipu peruano está lejos de ser un espécimen exótico en el mundo de las comunicaciones no escritas. Hay que tener en cuenta los estudios de la llamada escritura clásica de los grafemas de kohau rongo rongo o bien aquellos relacionados con el Rapa Nui de Pascua, la isla polinésica que pertenece a Chile. También habría que considerar los cordones de pajas anudados, llamados ‘warazan’, que se usaron en las islas Yaeyama, que pertenecen a la provincia japonesa de Okinawa.

La necesidad de sobrepasar el nivel de conocimiento alcanzado hasta nuestros días es urgente. Debemos poner en evidencia la riqueza cultural a la que, estando en nuestras manos, no podemos acceder.
El Perú necesita una exposición y un indispensable catálogo que muestre no solo la estética de los objetos, sino que haya sido creado con la voluntad de ayudar al visitante y al investigador, exponiendo los detalles menos evidentes del quipu. Sería un gran paso en la construcción de nuestra identidad, en una ocasión como la que ofrece el bicentenario.

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