Alejandra Costa

Una de mis primeras columnas en El Comercio fue un listado de las 28 prioridades que deberían haber guiado el primer mensaje a la Nación del presidente Pedro Castillo. Mi plan entonces era, antes de cada 28 de julio, actualizar la lista de ‘mis 28 deseos para 28′ con las nuevas urgencias que hayan surgido y enumerar las que se hayan superado. Ese listado lo deberían estar leyendo hoy, pero la realidad lo hace imposible.

En primer lugar, habría muy pocos cambios que hacer. Casi todas las necesidades y las incertidumbres siguen tristemente vigentes. La única que fue cumplida es la de nombrar a un economista intachable en la presidencia del Banco Central de Reserva (BCR), debido a que, felizmente, Julio Velarde continúa en el puesto.

Otras están en camino de cumplirse recién, como el restablecimiento de las reglas fiscales. Sin embargo, la mayoría se ve cada vez más irrealizable.

En algunos casos, se debe a que no se han abordado con la agresividad necesaria, como el destrabe de los grandes proyectos de inversión, el plan de nivelación de aprendizajes tras la pandemia, la mejora de las capacidades de los gobiernos regionales y locales, el impulso a la competitividad y productividad de las pymes, así como la lucha contra la pobreza y la anemia. Otras ni siquiera han estado en la agenda del Gobierno, como la promoción de nuevos motores para la economía, la unificación de los sistemas de salud y el acceso a Internet para todos los peruanos.

Lo que hemos visto más bien es no solo una ausencia de avances, sino una abundancia de retrocesos, como en la reforma del aparato público para mejorar la gestión de los recursos, la continuidad de la reforma universitaria, la reducción de la valla de la formalidad, el fomento a la educación con enfoque de género, el impulso a la inversión privada y la lucha contra la corrupción.

En este último punto radica la segunda y principal razón por la que un listado de prioridades programáticas no tiene sentido hoy. Con cinco investigaciones fiscales en su contra, es imposible pensar en alguna medida más necesaria para el desarrollo del que el urgente reconocimiento por parte del mandatario de que la situación que él mismo ha generado es insostenible.

Lo que Castillo le debe al país este son explicaciones claras y disculpas honestas por el nulo avance en la agenda de desarrollo del país y por el tenaz impulso a la corrupción.

Si el presidente cree que puede demostrar su inocencia, esta debería ser su última oportunidad para hacerlo y, si sigue sin conseguirlo, debería dar un paso al costado por el bien del país y de todas esas necesidades impostergables que están hoy en un décimo plano.

Alejandra Costa Curadora de Economía del Comité de Lectura