El día en que Carlos Bruce habló, por Mariella Balbi
El día en que Carlos Bruce habló, por Mariella Balbi
Mariella Balbi

El congresista Carlos Bruce pasará a la historia por su valentía al declararse homosexual. Se han escuchado varios comentarios de que es bien macho. Sobre todo porque se expone a un sinfín de ataques y groserías que ya aparecieron en las redes sociales.

Nadie está obligado a revelar sus preferencias sexuales. Vamos, a un heterosexual no se le exige que comente cuáles son sus zonas erógenas o qué lo erotiza más. Sin embargo, cuando un personaje público es gay, la demanda por saber si le atraen las personas del mismo sexo parece ser una obligación social.

Esa actitud solo es abuso colectivo de personas intolerantes. El psicoanálisis ha profundizado en este tema sosteniendo que la bisexualidad es un estado que todos compartimos y que tras un homofóbico(a) se esconde un(a) homosexual reprimido(a).

Ahora bien, esto que transita por los caminos de la subjetividad y las emociones no puede trasladarse al campo de los derechos. La moral propia, principalmente la religiosa, nada tiene que ver con la legislación, ni con los derechos humanos o civiles.

Pero la ignorancia es atrevida. Tal vez si se volteara la mirada a la historia, se vería que, desde los inicios de la humanidad, la homosexualidad existe. Hasta Lesbos tiene una isla. Ciertamente no era delito, no había antis, ni nada por el estilo. A inicios de la era cristiana, en la epístola de San Pablo a los romanos, aparece el concepto de concupiscencia de la carne.

Según el gran historiador Michel Foucault y otros especialistas, este concepto es el primer giro en la represión sexual que incluye la homosexualidad. Sépase que en la temprana Edad Media los reyes debatían sus problemas en la cama, sin mucho problema.

Luego –esto es sucinto, claro está– en el siglo XIX vino otro giro en la represión de la sexualidad con la era victoriana. Que sepamos, estamos en el siglo XXI, en más de 70 países del mundo está aprobada la unión civil y en algunos lugares se denomina matrimonio gay porque se permite la adopción.

En América Latina compartimos la retrógrada condena de la unión civil con Bolivia y Paraguay: ‘¡Plop!’ y ‘¡Replop!’. Es decir, miles de personas que conviven con parejas del mismo sexo están excluidas de los derechos patrimoniales que permite ese contrato llamado matrimonio.

En la vida cotidiana muchos homosexuales tienen que esconderse y vivir una doble vida porque un sector conservador condena este vínculo. Pueden perder incluso su empleo si se muestran abiertamente gays. Recordemos el caso del economista Óscar Ugarteche, que fue un vanguardista, reveló su opción sexual y, absurdamente, se le cerraron algunas puertas.

Lo positivo del pronunciamiento de Carlos Bruce es que miles de peruanos, heterosexuales y homosexuales, tienen un referente de libertad y de determinación. Si lo siguen otros, pues será un avance: los gays podrán tener iguales derechos, nada de clósets, menos angustia y discriminación. Es decir, empoderados. Los políticos verán sus votos con interés, como ocurre en muchas partes del mundo donde son económicamente un grupo importante y respetado.