(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Marlene Molero

En setiembre de 2015 la abogada Charlotte Proudman le envió una solicitud de contacto por LinkedIn a Alexander Carter-Silk, socio senior de una firma de abogados norteamericana. Él le contestó con un comentario sobre lo bien que Proudman se veía en su foto de perfil. Le dijo que había ganado el premio a la mejor foto de LinkedIn que había visto. Proudman le contestó que usaba LinkedIn con fines profesionales y no para ser objetivizada por hombres sexistas. También hizo una captura de pantalla del comentario y lo posteó en Twitter preguntando a otras mujeres si habían pasado por experiencias similares. La llamaron feminazi.

El término feminazi surge en la década de los 90 cuando el locutor de radio estadounidense Rush Limbaugh lo usó para asociar a las mujeres que luchaban por sus derechos con el trato que los nazis daban a los judios. Limbaugh publicó en el libro “The way things ought to be” que “una feminazi es una mujer que cree que lo más importante en la vida es asegurarse de que se practiquen tantos abortos como sea posible”. Desde entonces el término ha sido utilizado mundialmente para insultar a las mujeres feministas, como lo que le pasó a Proudman.

La asociación entre y nazismo es incorrecta. No se parecen en nada, y el aborto tampoco tiene relación con el holocausto, como lo explicó Gloria Steinem. De hecho, Hitler consideraba que el aborto era un crimen contra el Estado. Sin fundamento alguno, feminazi es entonces el término usado por los trolls (y no tan trolls, ¿cuántos lectores han usado la palabra?) para callar a las mujeres que dicen cosas que los incomodan. Como dice Jackson Katz, educador contra la violencia de género, feminazi es un término destinado y utilizado para silenciar a las mujeres que cuestionan y desafían el statu quo.

Hace pocos días conocimos otro de estos términos. , candidata a vicepresidenta por Renovación Popular, utilizó el término ‘abuelas terroristas’ para referirse a las mujeres que no lavan platos y que priorizan su vocación profesional. Dijo que “si usted enseña que lo que menos importa es ser madre sino más bien ser profesional, ganar plata y nunca lavar los platos, usted se estará convirtiendo en una abuela terrorista de sus nietos”. Por supuesto en este momento hay miles de mujeres autoproclamándose abuelas terroristas en redes sociales.

El diccionario de la Real Academia Española (RAE) define el término terrorismo como una sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror, y supone una amenaza importante para la seguridad nacional. Ahora, si bien la RAE da una definición, este es un término que no logra consenso. Y esto es en parte porque, como señala Lisa Stampnitzky, profesora del Departamento de Política de la Universidad de Sheffield, la palabra terrorismo se ha convertido en una “etiqueta de aprobación moral” cuya utilización en la práctica es política y socialmente construida.

Y esto es lo que hace Neldy Mendoza cuando etiqueta con el término terrorista a las mujeres que le enseñan a otras mujeres que la maternidad no es un designio y que tienen libertad para elegir. Lo desaprueba en un momento en el que por primera vez en la historia del Perú seis de los cargos más importantes del Estado son ejercidos por mujeres. Lo hace cuando muchas mujeres hoy tenemos claro que hemos llegado hasta donde hemos llegado gracias a esas mujeres cuyas actitudes y conductas ella considera equivalentes a una amenaza para la seguridad nacional.

Asociar un movimiento de liberación como el feminismo con el nazismo o el terrorismo es profundamente ignorante. Y esto es algo que tiene que decirse así de fuerte y así de claro. Que hoy haya surgido el término ‘abuela terrorista’ es para preocuparnos. Y es que llama la atención que cada vez que las mujeres cuestionan el statu quo se las asocia con movimientos vinculados a la destrucción, cuando el feminismo lo que en buena cuenta plantea es cambiar una forma de pensar que tradicionalmente nos excluye.

Feminazi y ‘abuela terrorista’ son términos que buscan callar una voz que hoy ya es muy fuerte. ¿Cuál será nuestro siguiente apodo? Porque seguramente esto no termina acá.