"Y, por supuesto, Biden reconocerá la victoria de quien lo suceda, sea quien fuese. Como lo hizo Obama con Trump; Bush (hijo) con Obama y, antes de ellos, todos los demás presidentes de los Estados Unidos. Salvo Trump". (Ilustración: Víctor Aguilar)
"Y, por supuesto, Biden reconocerá la victoria de quien lo suceda, sea quien fuese. Como lo hizo Obama con Trump; Bush (hijo) con Obama y, antes de ellos, todos los demás presidentes de los Estados Unidos. Salvo Trump". (Ilustración: Víctor Aguilar)

Esa fue la despedida de . Lo que en boca de cualquier político “normal” sería un mensaje de aliento a sus seguidores, en la suya tuvo una connotación ominosa, dadas las barbaridades que hizo para aferrarse al poder.

Ahora que Trump ya se fue, cabe una mirada a su “legado” y a las muchas lecciones para la política en democracia.

Para empezar, sobre lo irresponsable de reclamar fraude porque perdiste las elecciones. Biden superó a Trump por más de 7 millones de votos. Pero como los niños pequeños –y como muchos egos inflados que pululan en la política en todas partes– él no soporta la realidad si le es adversa. Presentó decenas de acciones judiciales y ninguna prosperó. Exigió recuentos de votos donde supuestamente le habían robado y estos arrojaron lo mismo. Acusó de traidor a su propio vicepresidente por reconocer la victoria de . Todas las vías institucionales le dieron un portazo.

Y, entonces, apeló a la calle, a lo peor de ella, incitándola a tomar el Capitolio. Por fin algunos le decían sí. Ese único éxito se convirtió en su derrota definitiva. Es que allá y en el mundo entero fuimos espectadores del primitivismo y salvajismo del núcleo duro del trumpismo. Las grotescas escenas fueron miradas con horror y como símbolo de decadencia.

Una segunda lección es que los extremistas fanáticos, que apelan a los instintos más primarios de la población, son una amenaza muy fuerte para la civilización y el progreso. En este caso, uno de extrema derecha, defendido por los supremacistas blancos, expresados en múltiples sectas, cada cual más surrealista, y dando cuenta de la estupidización a la que puede llegar el ser humano.

La tercera, que si los fanáticos de extrema derecha son tóxicos para sus países, también lo son los de izquierda. en Venezuela y Ortega en Nicaragua se parecen a Trump. La diferencia es que este tuvo el contrapeso de un sistema político fuerte y una justicia independiente; ellos, en cambio, han hecho añicos sus respectivos países.

Otro rasgo de Trump es que se cree dueño de la verdad o, dicho de otra manera, se cree sus propias mentiras. Hay muchísima gente así, pero muy pocos llegan a gobernar los países más importantes del mundo. Y, encima, le tocó hacerlo durante la peor epidemia desde la “gripe española”.

Y no dio tregua a su necedad. Desde el primer día, Trump desdeño la necesidad de mascarillas. La razón subyacente: que es de cobardes no enfrentar el virus a pecho descubierto. (Como en México y Bolsonaro en Brasil, con los resultados que se conocen). Trump se opuso también a todas las medidas que restringieran la circulación de personas, permitiendo así que el virus se expanda al ritmo de su insensatez.

Llegó a sostener en público que si la lejía servía para matar al virus antes que entrara al cuerpo humano, por qué no inyectársela a los enfermos. Imperdible el ver a Deborah Birx, responsable de dela respuesta al virus en los Estados Unidos, haciendo lo indecible para que su rostro no exprese la vergüenza y espanto que la inundaron al escuchar tamaña barbaridad.

Otro aspecto de su conducta (tan frecuente en nuestros lares) fue el uso excesivo, abusivo e ilegal de los dineros públicos (y de las donaciones de campaña); para su beneficio personal, el de su familia y el de sus amigos.

¿Es Biden el salvador de los ? Eso no existe. Desconfiemos siempre de los que se creen predestinados. Creo que Biden es tan solo un hombre sensato y con ganas de hacer las cosas bien. Tiene planteamientos coherentes, pero a la vez sujetos a una fiera discusión con los opositores y, probablemente, también con sus propias filas.

Así le vaya bien, Biden no va a convertir a Estados Unidos en el paraíso. Eso tampoco existe. No hagamos caso a los vendedores de sebo de culebra que lo ofrecen para mañana.

De hecho, el buen deseo de Biden de unir a los norteamericanos no va a ir muy lejos, pero el solo hecho de que lo invoque y no predique el enfrentamiento constante, ya es positivo. Tampoco podrá acabar con el racismo, el machismo y la homofobia en cuatro años, pero que trate de avanzar en igualdad de derechos y oportunidades, ya es bueno. El calentamiento global seguirá siendo una amenaza y la humanidad estará haciendo menos de lo necesario, pero ahora su país estará de lado de los que toman muy en serio el problema.

Y, por supuesto, Biden reconocerá la victoria de quien lo suceda, sea quien fuese. Como lo hizo Obama con Trump; Bush (hijo) con Obama y, antes de ellos, todos los demás presidentes de los Estados Unidos. Salvo Trump.