(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).

En los últimos años, politólogos, científicos sociales y periodistas especializados en política nos vienen advirtiendo del avance del en el mundo, ahora en su nueva versión, el ‘neopopulismo’.

También sabemos que, mientras en América Latina este movimiento se encuentra, en la mayoría de casos, a la izquierda, en Europa es principalmente de derecha. Y que, mientras unos aparecen para cambiar el sistema, otros buscan más bien mantenerlo. De igual manera, se afirma que ambos –izquierda y derecha– ponen en riesgo la representativa.

Más allá de sus diferencias ideológicas, estos populismos tienen tres características básicas. En primer lugar, son caudillistas, porque concentran el poder en un líder al que consideran el salvador y el defensor de los intereses del pueblo. En segundo lugar, son estatistas, al punto que, en algunos casos, el Estado llega a considerarse como un empresario. Pero de cualquier manera, siempre el Estado se erige por encima del ciudadano. Y en tercer lugar, son nacionalistas, pues la ‘nación’, al igual que el ‘pueblo’, se considera como un valor supremo. En Europa, por ejemplo, este nacionalismo es xenófobo y racista.

Se conoce, además, cuáles son los países del Viejo Continente en los que ha surgido esta tendencia: Rusia, Turquía (que es parte europea y asiática), Francia, Polonia, Hungría, Alemania e inclusive Suecia y España. Algunos populismos son, además, neofascistas, una tendencia que, por su radicalismo, ha pasado a ser denominada como de ‘ultraderecha’. Además, su discurso cuestiona duramente el europeísmo, un fenómeno que está haciendo sonar las alarmas por la alta representación que han logrado en las últimas elecciones para el Parlamento Europeo.

Pero existe otra amenaza a la democracia que se ha formado desde las entrañas del capitalismo e, inclusive, desde la misma democracia. Es lo que denomino la ‘amenaza plutocrática’, término de origen griego (de ploutos, plata, y kratos, poder). Esto es, el poder de los que tienen plata, el gobierno de los ricos, o –como dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española– la “situación en la que los ricos ejercen su preponderancia en el gobierno del Estado”. Los rusos la llaman ‘oligarquía’; unos pocos en el poder. Actualmente, se la conoce también como ‘grupo de poder económico’.

La característica principal de la plutocracia es que utiliza al Estado y lo pone a su servicio para seguir acumulando riqueza. Es un fenómeno que se está manifestando con la globalización. Esta acumulación de la riqueza ha producido una preocupante desigualdad. O sea que la desestabilización de la democracia en la actualidad es doble: populista y plutocrática.

El estadounidense Noam Chomsky llama a los estados que están al servicio de la plutocracia “estados niñera”, porque, como la nana que alimenta al niño dándole mamadera, estos estados alimentan a los ricos defendiendo sus intereses y, sobre todo, imponiendo su visión del mundo en la que solo “time is money”. Lo demás es pura ilusión, como afirmó en algún momento uno de los ministros del ex presidente Pedro Pablo Kuczynski.

En un reciente artículo publicado en El Comercio, Daron Acemoglu y James A. Robinson, destacados economistas insospechados de orientaciones socialistas, y autores del ‘best seller’ “Por qué fracasan los países”, afirman lo que hace tiempo vienen sosteniendo Chomsky, Thomas Picketty, Joseph Stiglitz y Branco Milanovic, ex funcionario del Banco Mundial, entre muchos otros: que la concentración de la riqueza en el 1% de la población mundial ha generado una desigualdad globalizada.

Acemoglu y Robinson, asimismo, advierten que esta desigualdad no es solo de ingresos y de riqueza, sino que también se ha ampliado la distancia entre la élite y todos los demás.

Si el populismo de derecha y la plutocracia siguen prolongándose hasta convertirse en aliados –si es que no lo son ya en algunos países–, en corto tiempo el peligro para la continuidad de la democracia en el mundo será aun mayor. Por ello, esta debe reinventarse y, además, deberán refundarse los estados de bienestar para que el poder político esté al alcance de todos, los estados se autonomicen de la plutocracia y la riqueza no se concentre en unas pocas manos.