(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

Es muy difícil escribir una columna de opinión sobre temas políticos justo cuando un drama tan impactante acaba de suceder. Más allá de las opiniones que tengamos sobre la vida política de , él fue elegido dos veces presidente constitucional de la República y fue uno de los políticos más importantes de los últimos 40 años en el Perú.

En la medida en que en los corrillos políticos era un secreto a voces que se venía una detención preventiva, se puede suponer que quitarse la vida fue una decisión meditada, al menos en sus últimas horas. Pero creo que, además de él, nadie más sospechaba que esto pudiera ocurrir. Por tanto, el desenlace no puede ser más chocante para todos los peruanos y tremendamente doloroso para su familia y sus compañeros de partido; a quienes en este momento tan difícil y, más allá de toda discrepancia, extiendo mis condolencias.

Como en tantos otros momentos de su vida política, sus decisiones han polarizado la opinión de los peruanos. Esta última y tan trágica no escapa de la polémica. Hay quienes sostienen que ha sido motivada por una persecución política injusta y que él no iba a prestarse a un prolongado maltrato judicial; que prefirió la muerte al vejamen. Hay otros que piensan que fue una decisión desesperada, ante la inminencia de una prisión prolongada, dadas las recientes revelaciones sobre Luis Nava y Miguel Atala, así como por la cercanía de las declaraciones de Barata; que prefirió la muerte a la vergüenza.

No lo sabemos pero ya sus compañeros de partido han decidido que fue lo primero y muchos, en las redes, sostienen con la crueldad e impunidad que da el anonimato que fue lo segundo. En ambos casos se da como verdad documentada lo que es presunción. Lo único que sabemos es que se quitó la vida, pero no los complejos motivos que lo llevaron a tomar una decisión irreversible.

Los efectos políticos y judiciales son ya visibles y van a serlo aun más en los días y semanas que vienen. El uso y abuso de la detención preliminar y de la prisión preventiva va a estar en el ojo de la tormenta. La actuación de los fiscales y del juez que ordenó la medida que lo llevó al suicidio va a ser expurgada hasta el último detalle y habrá un debate intenso y prolongado sobre si esta se justificaba o no, estando ya con orden de impedimento de salida del país. Tema que se hace más polémico dado que ha habido un consenso muy extendido (me incluyo) sobre que la detención preliminar y el pedido de prisión preventiva al ex presidente Pedro Pablo Kuczynski fueron, a todas luces, innecesarias.

Lo grave sería que este debate pueda derivar en un cuestionamiento a la lucha anticorrupción en general. Criticar lo que pueden ser excesos de los fiscales en su trabajo es una cosa, pero si en la misma oración se termina diciendo “terminemos con el odio, basta de persecución”, se introduce una trampa. es quizás el caso más grave de de la historia del Perú. El daño ha sido inmenso y el Perú necesita que se haga justicia.

Otro ámbito de confrontación va a acrecentarse. Me refiero a las acusaciones que señalan que el presidente Martín Vizcarra es el titiritero detrás de todas estas decisiones. De hecho hay un importante sector de la población para el que aquello puede ser cierto (y lo aplaude o lo repudia); ello en la medida que desconocen que en un Estado de derecho hay separación de poderes y autonomía del Poder Judicial. Hay otros que saben bastante bien cómo funciona el Estado, pero insisten en que hay abuso y manipulación dirigida desde Palacio de Gobierno (creyéndolo sinceramente o solo usándolo como arma de la lucha política).

Ojalá que en medio de tanta incertidumbre, y por el bien del país, se pueda, con el paso del tiempo, tener certezas razonables de la consistencia o no de las acusaciones que hubo contra el ex presidente Alan García. Más allá del dramático final y la tensión que ha generado, sería sano que la verdad sea lo que prevalezca en nuestro recuerdo; sea esta cual fuese.