(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Andrés Oppenheimer

La popularidad del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha aumentado hasta un asombroso 86% desde que asumió el cargo el 1 de diciembre, y no hay señales de que su luna de miel vaya a terminar pronto. Pero eso no significa necesariamente que esté haciendo una excelente labor.

AMLO ha cautivado a una gran mayoría de mexicanos con sus promesas de acabar con la corrupción endémica de este país y reducir la pobreza. Esas son metas necesarias y loables en un país con una de las tasas de desigualdad más altas del mundo y una pobreza de casi el 45%.

También es visto como un hombre honesto y austero. Conduce un Volkswagen Jetta y vuela en aviones comerciales, en agudo contraste con la pompa que caracterizó a sus predecesores.

AMLO ha ganado aplausos por dar conferencias de prensa diarias en las que aborda cualquier problema que se le pregunte. Esto es un avance en un país cuyo presidente más reciente pasaba meses sin hablar con la prensa, ni responder preguntas en público.

Y AMLO ha obtenido un gran apoyo popular al decretar aumentos del salario mínimo y de pensiones a los jubilados, además de otorgar miles de becas a jóvenes para que puedan estudiar.

Pero hay serias dudas sobre si la luna de miel de AMLO durará más de dos años. Hay temores bien fundados de que México pagará un precio enorme por sus medidas populistas y cortoplacistas.

En primer lugar, AMLO está gastando mucho más de los ingresos probables del país en un futuro próximo. Él dice que pagará sus programas sociales con los ahorros generados por la erradicación de la corrupción. El problema es que, sin nuevas inversiones, esto por sí solo no es suficiente para balancear las cuentas.

Además, su decisión de recortar los salarios de altos funcionarios está provocando una estampida de tecnócratas gubernamentales bien entrenados hacia el sector privado. A menudo son reemplazados por activistas mucho menos calificados del partido de gobierno.

Todo esto, junto con algunas decisiones presidenciales desastrosas –como la de suspender un proyecto de US$13.000 millones para modernizar el aeropuerto de la Ciudad de México, que costará al país más de US$5.000 millones en pérdidas para indemnizar a los contratistas–, ya ha reducido las proyecciones de crecimiento económico del país.

El FMI recortó el mes pasado su proyección de crecimiento en México para el 2019 de 2,5% a 2,1%, citando una caída esperada en las inversiones. El banco Citibanamex pronostica una tasa de crecimiento aun menor: 1,4% este año.

Segundo, la economía de México puede sufrir un golpe si, como muchos creen, la economía de Estados Unidos se desacelera o entra en una recesión a finales del 2020 o del 2021. Estados Unidos es, con creces, el mayor mercado de exportación de México.

En tercer lugar, no está claro si el Congreso de EE.UU. aprobará el nuevo acuerdo comercial de Donald Trump con México y Canadá.
Cuarto, las acciones de AMLO para desmantelar las reformas educativas recientes, como las evaluaciones de maestros realizadas por instituciones autónomas, harán que México pierda competitividad frente a China y otros países emergentes.

AMLO también ha mostrado poco interés en la innovación. María Elena Álvarez-Buylla, recientemente nombrada jefa de la agencia gubernamental de ciencia y tecnología (Conacyt), fue citada por el diario “El Universal” días atrás diciendo que su país modelo en materia de ciencia y tecnología es Cuba.

De hecho, Cuba es un país tecnológicamente atrasado que produjo solo nueve patentes internacionales el año pasado, en comparación con las 161 de Chile, y las 91.000 de Corea del Sur, según la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual de las Naciones Unidas.

Resumiendo, AMLO tiene razón en concentrarse en reducir la pobreza. Pero a menos que entienda que sin inversión no hay crecimiento, y que sin crecimiento no hay reducción de la pobreza, me temo que México irá cuesta abajo dentro de dos años, si no antes.

© El Nuevo Herald. Distribuido por Tribune Content Agency, LLC