(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Alfredo Torres

Luego de un año en el poder, queda claro que la visión con la que Pedro Pablo Kuczynski gobierna el Perú es la de un economista, no la de un político. Es decir, le interesa más el crecimiento del país para mejorar las condiciones de vida de los peruanos que el arte de ejercer el poder tomando en cuenta los intereses encontrados de diversos sectores de la población. El mensaje del 28 de julio expresa bien sus prioridades, pero también sus limitaciones.

Si fuese más político, habría sido más duro con su predecesor. “Una obligación importante de todo gobernante es decir la verdad” dijo, para luego agregar que el gobierno precedente tomó medidas tributarias discutibles y contrató a cerca de 50 mil nuevos funcionarios administrativos y que esa mayor burocracia en vez de agilizar, obstaculizó la inversión pública. La grave denuncia se prestaba para un aprovechamiento político mayor pero la preocupación de PPK se centró solo en su impacto en la economía nacional.

Si fuese más político habría sido más duro con la corrupción. La población está indignada y él pudo encarnar esa indignación. Sin embargo, cuando se refirió a Lava Jato lo que más destacó es que hubo que poner fin a importantes contratos que generaban miles de puestos de trabajo y que la cadena de pagos de varios contratistas se interrumpió.

Si fuese más político, habría sido más duro con el extremismo. El país sufre desde hace semanas una violenta paralización magisterial, en la que activistas de Sendero Luminoso están actuando impunemente, y su única referencia al tema fue recordar que el Gobierno ha cumplido con incrementar en 16% el sueldo básico de los maestros y que está presupuestando un incremento similar para el año que viene.

Como buen economista, sus mejores momentos estuvieron en los temas de desarrollo. “En el momento actual, el reto urgentísimo es retomar la senda del crecimiento” señaló, para luego destacar las inversiones en el marco de la reconstrucción con cambios, el programa masivo de agua potable, el destrabe de proyectos emblemáticos, los Juegos Panamericanos y diversos planes para el sector privado. “¡El Perú agarrará ritmo otra vez!, yo me encargaré de eso”, exclamó con gran convicción.

Su aproximación económica también se pudo apreciar en su discurso social. Se comprometió a reducir la pobreza del 20,7% actual al 15% en el 2021 mediante acciones en salud, educación, saneamiento, agro campesino y medio ambiente. Fue especialmente elocuente al referirse a la cruzada contra la anemia y la desnutrición, y, sobre todo, en el tema del agua. Al 2021 todas las áreas urbanas y el 84% de las rurales tendrán acceso al agua potable y al saneamiento, ofreció. “El agua va a ser el legado de este gobierno”, destacó.

Pero los economistas de hoy saben que no es posible el desarrollo sin cambios institucionales. En ese sentido, los cinco proyectos de ley que PPK escogió presentar en su mensaje van en esa línea. Dos apuntan a agilizar procesos con gran impacto social: el que reducirá los tiempos para obras de infraestructura y el que permitirá incrementar el tratamiento de las aguas residuales. Los otros tres son de fortalecimiento institucional: el que reforma el Consejo Nacional de la Magistratura, el que amplía el rol de la Sunafil para combatir la informalidad y el que crea la autoridad autónoma de transporte urbano. Salvo quizás el último, ninguno despertará mayor entusiasmo popular, aunque todos sean muy necesarios.

El mensaje también permitió corroborar algunos aspectos de la personalidad de PPK que, nos gusten o no, debemos asumir que lo seguirán acompañando en el futuro. Puede ser emotivo en ocasiones, pero su talante es más bien ecuánime. Respeta el protocolo, pero lo seduce romperlo por momentos con su peculiar sentido del humor. No le gusta la confrontación, tiene un espíritu conciliador. Esto último fue evidente en la manera como se dirigió al pleno, con respeto y sin ninguna alusión a actitudes obstruccionistas del pasado. Le importa más el fondo que las formas: todo indica que el diálogo con Keiko Fujimori fue fructífero, pero desaprovechó la oportunidad de agradecerlo públicamente.

Una visión tecnocrática del desarrollo parece ser la mejor para afrontar los problemas del país, el problema es que es insuficiente. No basta cambiar la realidad, es necesario cambiar también la percepción de la realidad y eso requiere un esfuerzo especial del Gobierno por escuchar y persuadir a los distintos actores políticos (partidos, líderes de opinión, gremios) y a la opinión pública para construir consensos. Solo así se recuperará la confianza de manera sostenida y se podrán abordar reformas de mayor envergadura que, con un enfoque meramente tecnocrático, serían inviables política y socialmente en el país.