"Lo que Tillerson no dijo –ni dirá– es que Trump tiene una gran parte de la culpa del empeoramiento de las relaciones bilaterales". (Ilustración: Victor Sanjinéz García)
"Lo que Tillerson no dijo –ni dirá– es que Trump tiene una gran parte de la culpa del empeoramiento de las relaciones bilaterales". (Ilustración: Victor Sanjinéz García)
Andrés Oppenheimer

Después de décadas de minimizar el tema, Estados Unidos ha decidido enfrentar públicamente a China por su creciente influencia en América Latina. El problema es que le va a ser muy difícil al presidente Trump ganar amigos en los países latinoamericanos si constantemente los insulta.

En un discurso sobre asuntos latinoamericanos del 1 de febrero, el secretario de Estado de EE.UU., Rex Tillerson, acusó a China de estar tratando de “llevar a la región a su órbita”, y dijo que “América Latina no necesita nuevos poderes imperiales”.

Además, en un cambio importante en la política de EE.UU. hacia América Latina, Tillerson afirmó que la doctrina Monroe –una política estadounidense del siglo XIX que advertía a las potencias extrarregionales que no se entrometieran en América Latina– es “tan importante hoy como antes”.

El gobierno de Obama había declarado obsoleta a la doctrina Monroe. Esta había sido invocada por EE.UU. para justificar intervenciones militares en el siglo XIX y principios del siglo XX, aunque en las últimas décadas venía siendo interpretada de formas más benévolas.
En su discurso, Tillerson dijo que América Latina es “una prioridad para Estados Unidos” y que “tenemos una oportunidad histórica” ​​para mejorar las relaciones hemisféricas. Sugirió que, a diferencia de China, “no buscamos acuerdos a corto plazo con retornos desequilibrados” en la región.

No hay duda de que China está ganando terreno en América Latina. Mientras que en el año 2000 el 50% de las importaciones totales de América Latina venía de EE.UU., ese porcentaje ha bajado a solo el 33% en la actualidad. Mientras tanto, las importaciones de China han crecido del 3% del total de las importaciones latinoamericanas al 18% durante el mismo período, según un estudio del BID.

Pero lo que Tillerson no dijo –ni dirá– es que Trump tiene una gran parte de la culpa del empeoramiento de las relaciones bilaterales desde que asumió la presidencia. El nivel de aprobación de Trump en la región, en una escala de 0 a 10 puntos, es de un mínimo histórico de 2,7, según una encuesta reciente de Latinobarómetro.
El discurso conciliatorio de Tillerson contrastó mucho con la sombría visión de Trump de América Latina como una región que produce drogas, criminales y violadores.

El proyecto favorito de Trump es un muro fronterizo, que rutinariamente justifica con una narrativa que demoniza a los inmigrantes mexicanos y centroamericanos como personas que traen el crimen y las drogas a EE.UU. En el mundo de Trump, pareciera como que no existen los inmigrantes latinoamericanos buenos.
Hace poco, Trump tuiteó –falsamente– que México es el país más peligroso del mundo. Y fue escuchado diciendo que El Salvador y Haití son “países de mierda”. Esa no es una buena receta para mejorar los lazos con América Latina.

Además, Trump se ha retirado del TPP, amenaza con retirarse del TLC de América del Norte y ha ordenado la deportación de cientos de miles de refugiados salvadoreños y haitianos.

Mientras Trump insulta a Latinoamérica, los chinos la cortejan. El presidente chino, Xi Jinping, ha visitado la región tres veces en los últimos cuatro años, mientras que el presidente Trump no ha puesto un pie en la región.

Asimismo, el ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, realizó dos viajes a Sudamérica durante los últimos 15 meses, mientras que Tillerson recién está realizando su primer viaje a Sudamérica esta semana.

No es de extrañar que el canciller chileno Heraldo Muñoz me dijera el mes pasado que “hay un vacío de liderazgo” de EE.UU. en América Latina, y que “China se ha aprovechado de esa oportunidad”.

Si Tillerson realmente quiere mejorar sus lazos con América Latina, debe decirle a su jefe que proponga una agenda positiva para la región y deje de insultar a su gente. Si Trump llama a sus vecinos “países de mierda” y amenaza con retirarse de los acuerdos comerciales, no debería sorprenderse si los países de la región reciben a los chinos –siempre sonrientes– con los brazos abiertos.