Así llamó a la dictadura del Partido Revolucionario Institucional de México (PRI), a la que definió como ‘la dictadura perfecta’.

Antes de estos premios Nobel, el italiano Antonio Gramsci, a quien llamo el Mariátegui de los tanos, calificó como “Príncipes institucionalizados” a los totalitarismos del siglo XX, en alusión al “Príncipe individualizado” del famoso Maquiavelo.

Como se sabe, el ogro es un gigante de la mitología de los pueblos nórdicos de Europa que comía carne humana; sobre todo, la de los niños, porque se decía que estos tenían carne fresca. Por eso, en muchos países, incluso antes en el Perú, se les solía decir a los niños: “pórtate bien, porque si no viene el ogro y te come”.

¿Pero qué pasa cuando este ogro malvado y feroz, además de astuto, se presenta como una buena persona que te llena de regalos, te prepara tu comida, te lleva de paseo y, lo más rico, te regala chocolates y caramelos? Cuando te halaga, te engorda y te dice que te va a defender ante toda adversidad. Todo parece bueno y lindo. Pero luego el ogro te dice que, a cambio de lo anterior, tú debes obedecerlo solo a él, que no puedes acatar lo que te dicen otros ni puedes hacer lo que quieras hasta que él no te lo permita. No puedes criticarlo porque es mucho más grande y más fuerte que tú.

En política, ese ogro es el Estado totalitario, que lo abarca todo. Por supuesto, hay matices. El PRI al que maldijo el poeta mexicano fue un gobierno autoritario de tipo hegemónico, porque permitía la existencia limitada de otro partido histórico: el Partido de Acción Nacional (PAN). Esta hegemonía terminó en el 2000, y enhorabuena porque ahora México es una democracia pluripartidista atenuada; muy a la latinoamericana, es cierto, pero democracia al fin y al cabo.

El otro caso es el de las dictaduras marxistas-leninistas y nazis y fascistas. Estas tienen diferencias ideológicas, pero un denominador común: como el ogro filantrópico, se comen tu libertad.

Los dos pertenecen a otro tipo de “Príncipe institucionalizado” gramsciano. Para esas dictaduras, lo que manda no es la variedad, sino la uniformidad. Desechan de raíz la pluralidad y la deliberación de los opuestos. Son paranoicas porque quieren controlarlo todo, como una madre ogresa que reprime a su niño cuando este empieza a decidir libremente. Unos lo hacen en nombre del proletariado; otros, en nombre de la raza. Pero ambos justifican su accionar por razones de Estado. Porque el Estado, como el ogro con los niños, los devora a todos, se come a los partidos de oposición.

También, a los medios de comunicación. Igualmente, a los medios de producción. Las fuerzas armadas están al servicio del partido. Finalmente, cuando ya no queda nada más que comer, se devora a sí mismo. El partido se come al Estado.

Entonces, este ogro filantrópico se pone tan, pero tan gordo que explota, expulsando todo lo que se tragó y termina siendo víctima de su creación.

Pero este sistema político, que tiene un pensamiento único porque se justifica con una sola ideología, aún no ha desaparecido del todo. Está presente en China, en Cuba, en Corea del Norte y en Vietnam. Y en nuestro país, un partido que se llama irónicamente , al igual que el ogro filantrópico, aunque sin el ‘background’ de los antiguos ogros de las viejas historias, como si estuviésemos inexorablemente dentro de una típica tragedia griega al estilo de Edipo Rey, amenaza con tragarse todo el Perú, dejándonos sin libertades, riquezas ni paz.

Porque, como sabe usted, el ogro es una bestia.

Francisco Miró Quesada Rada es exdirector de El Comercio