"Como muestra su propia historia personal, una persona puede tener ideas racistas y antirracistas al mismo tiempo".
"Como muestra su propia historia personal, una persona puede tener ideas racistas y antirracistas al mismo tiempo".
Daniela Meneses

La semana pasada, el periodista deportivo Erick Osores protagonizó el más reciente evento de racismo público en nuestro país. En un mensaje en su programa de Facebook, reprodujo, y reforzó, prejuicios raciales contra los dirigentes de ligas de fútbol departamentales. Osores ha pedido perdón y los canales donde trabaja han anunciado que recibirá una sanción.

No digo nada nuevo al escribir que el Perú es un país donde el racismo abunda y donde el antirracismo escasea. Pero es importante tener esa frase presente, porque explica que al leer el otro tipo de críticas que ha recibido Osores –las que tuvieron lugar en las redes– no haya podido evitar preguntarme cuántas de las personas que nos sumamos a la crítica pública somos igual de duras cuando la discriminación la comete un amigo, un familiar o cuando nos damos cuenta de que la hemos cometido nosotros mismos. No puedo evitar pensar en cuántos nos comemos la pelea solo cuando estamos protegidos por una pantalla.

Entiendo que denunciar el racismo que se produce en nuestros entornos no siempre es fácil. Hacerlo, de hecho, muchas veces puede implicar caer en el rol que la académica Sara Ahmed ha llamado el del ‘killjoy’ (que podría traducirse como el ‘mataalegrías’, el ‘aguafiestas’ o, en una de sus versiones más limeñas, el ‘bajajuergas’). Este concepto le sirve principalmente para estudiar las acusaciones que reciben las personas que denuncian el sexismo, pero es aplicado también a quienes denuncian el racismo. Como dice Ahmed, quien decide alzar la voz y sostener que lo que ha dicho otra persona del grupo es problemático –en este caso, que lo que dice es racista– muchas veces es considerado el origen de la tensión y el problema. Quien denuncia el racismo, y no quien dice algo racista, es considerado un ‘killjoy’. Y si eso es ser un ‘killjoy’, Ahmed nos llama a serlo con mucho orgullo.

El camino para llegar a ser un antirracista es uno que ha estudiado con detenimiento Ibram X. Kendi en su último libro, “How To Be An Antiracist” (Cómo ser un antirracista). El profesor estadounidense ha producido un texto que explora no solo la discriminación desde una perspectiva histórica, sino también desde una perspectiva personal: a Kendi le interesa presentar una exploración de su propio racismo, y cómo lo ha ido reemplazando por antirracismo. De hecho, su texto comienza con una mención a un discurso que, cuando todavía estaba en el colegio, dio en un concurso en honor a Martin Luther King Jr. Viendo para atrás, a Kendi le queda claro que sus palabras fueron racistas, llenas de estereotipos sobre “todas las cosas que estaban mal con la juventud negra”.

El autor también da otra ayuda para poder combatir la discriminación: darnos cuenta de que la palabra ‘racista’ no debe ser entendida como un insulto y sentirse por ello casi inusable. Esto, dice, solo sirve para congelarnos a la inacción. Debemos poder llamar a un comportamiento o a una idea racista, sin sentir que así condenamos automáticamente a una persona a serlo. Como muestra su propia historia personal, una persona puede tener ideas racistas y antirracistas al mismo tiempo; lo importante es estar dispuestos a buscar a las primeras y destruirlas.

Volvamos entonces a Erick Osores. Sus palabras son criticables y deben ser criticadas. Pero no ocurren en una burbuja. Ocurren en un país que condena cada vez más el racismo en contextos públicos –lo que sin duda es positivo– pero que no lo hace con la misma fuerza en contextos privados. En un país donde muchos ciudadanos no estamos dispuestos a comernos la pelea cuando el acto viene de un amigo, de un familiar o de nosotros mismos. En un país donde deberíamos –como Ahmed y Kendi– estar más dispuestos a ser los ‘aguafiestas’.