"Su instalación de zapatos y moscas no solo preserva la silueta de una persona ausente; lo más perturbador es que esta reconstrucción solo puede alcanzarse convocando a las protagonistas de su descomposición" (Foto: Eduardo Laurente Gonzales. Cortesía del artista y la Galería Ginsberg).
"Su instalación de zapatos y moscas no solo preserva la silueta de una persona ausente; lo más perturbador es que esta reconstrucción solo puede alcanzarse convocando a las protagonistas de su descomposición" (Foto: Eduardo Laurente Gonzales. Cortesía del artista y la Galería Ginsberg).
/ Eduardo Laurente Gonzales
Enrique Planas

Al entrar en la sala vacía, hay un momento de extrañeza. Al fondo, unos zapatos en el piso son iluminados por una luz cenital. De lejos, se percibe un sutil cuerpo masculino, una nube negra que resplandece. Solo quien se acerca, se detiene y contempla la obra, podrá advertir su naturaleza contradictoria: en una curiosa marejada, cientos de moscas muertas permanecen en congelado vuelo, suspendidas en su aparente desorden gracias a imperceptibles hilos de nylon. Partimos de la claridad y la limpieza para alcanzar la negrura y la suciedad. La distancia supone la belleza de la abstracción, la cercanía provoca el asco del detalle.

Creada en el 2008, “Zapatos que rompen el silencio”, la instalación que presenta en la galería del ICPNA de Miraflores, fue una de sus obras tempranas. El privilegio del periodista cultural siempre será acercarse al creador cargado de preguntas. Algunas de ellas indagan en lo anecdótico: en esa respuesta del público, que se acerca seducido al inicio para luego pegar un salto a causa del miedo o el rechazo. Otras cuestiones tienen que ver con la memoria personal: me entero que aquella pieza fue inspirada en el recuerdo de cuerpos sin vida colocados para amedrentar a las afueras de su pueblo en el valle del Mantaro, en los violentos ochenta.

Sin embargo, hay otras preguntas que nunca obtendrán respuesta al estar más allá de las decisiones del creador. Para ellas, no hay una sola respuesta, sino múltiples interpretaciones que escapan al artista. Paucar, artista peruano radicado en Alemania, pone al espectador frente a moscas suspendidas. Con ello, flotan también los grandes discursos de la modernidad: la representación del cuerpo, la memoria, el dialogo de la cultura andina y el occidental, la autenticidad, la representación. Su instalación de zapatos y moscas no solo preserva la silueta de una persona ausente; lo más perturbador es que esta reconstrucción solo puede alcanzarse convocando a las protagonistas de su descomposición. Las moscas son los únicos testigos, condensados para formar una obra que es, en el fondo, vacío. Un vacío que nos sobrecoge.

El efecto sensorial de la obra de Paucar va más allá de un testimonio de los años de violencia. Esa escultura enigmática, creada a partir de porquería y fulgor, actúa como un espejo colocado frente a nuestros ojos: si vemos a las moscas no como individuos, sino como un enjambre, organizadas en red para decidir hacia dónde van, quién sabe si no están reflejando nuestras actuales formas de acceder al conocimiento: siguiendo misteriosos algoritmos, uniéndonos en respuestas colectivas. Las moscas y nuestra inteligente multitud, tomando decisiones colectivas e inapelables. No somos tan distintos.