"Serán los más jóvenes, como siempre, quienes asimilen mejor estos tiempos y a la larga destruyan nuestra actual dicotomía “capitalista explotador/comunista sanguinario”". (AFP)
"Serán los más jóvenes, como siempre, quienes asimilen mejor estos tiempos y a la larga destruyan nuestra actual dicotomía “capitalista explotador/comunista sanguinario”". (AFP)
Gustavo Rodríguez

Y tú, ¿por quién vas a votar?, me preguntó mi amiga Ene hace unos meses, un poco antes de nuestras últimas elecciones parlamentarias.

Debido a que no suelo expresar con vigor mi posición política, muchos conocidos míos de tendencias opuestas me consideran cercano a las suyas. Para ellos debo ser como esas luces ámbares de los semáforos que cada quien interpreta según su conveniencia. Son mis amigos más cercanos, por lo tanto, los que pueden darse una mejor idea del tipo de etiqueta que podría colocárseme: alguien que aspira a la siempre esquiva justicia social dentro de una sociedad capitalista. De hecho, hace poco, una pareja de amigos en España me dijo: “¡Lo que tú eres es un socialdemócrata, hombre!”, y yo asentí obediente, como un perrito al que le han colocado una placa con su nombre en el cuello.

Como en el hace mucho se dinamitó la matizada representación ideológica que deben otorgar los partidos políticos –y tras la onda expansiva solo quedó la polaridad–, la confusión se extiende en nuestras conversaciones.

–Voy a votar por dos candidatos de la –le respondí aquella vez.

Ene provee un servicio de reclutamiento a grandes empresas y me observó con cautela.

–Una es feminista y el otro es un viejo sindicalista –le expliqué–. En este país machista y de corporaciones cada vez más angurrientas, necesitamos tener esos frenos.

Ene pareció comprenderme, pero cuando otro amigo, creo que para fastidiarla, comentó que quizá también votaría por la izquierda, sus ojos se abrieron como platos de Limoges.

–¡No votes por la izquierda! –reaccionó ella, con su whisky bamboleándose en la mano.

De aquella noche a hoy, el ha ingresado rutilante a nuestras vidas para cuestionar nuestras formas de pensar y actuar. Por ejemplo, hace unos minutos, he visto cómo Ene ha compartido en Facebook este texto en letras de molde:

“Tal vez estamos empezando a comprender que nadie se salva solo, que las fronteras no existen, que la salud es un derecho universal, que la economía puede esperar, que proteger la vida es un deber colectivo”.

Mi lado malvadillo me impulsa a poner una broma en los comentarios: le escribo “¡Roja!”, porque sé que lo tomará con gracia. Pero también sé que en las próximas elecciones Ene no votará por la izquierda. En realidad, no lo hará nunca. Aplaudirá a menudo los ideales que la izquierda propugna, tal como se aplauden las películas épicas en los cines, pero el sesgo cognitivo hará su trabajo: son muchos los años de vivir en un entorno conservador que le teme al cuco, en un país donde el maoísmo y otros radicalismos desangraron a mansalva, y donde faltan líderes socialistas realmente carismáticos que, al menos hoy, aprovechen la tremenda oportunidad de este contexto.

Serán los más jóvenes, como siempre, quienes asimilen mejor estos tiempos y a la larga destruyan nuestra actual dicotomía “capitalista explotador/comunista sanguinario”.

O eso espero.