"El altísimo porcentaje de indecisos registrados hasta el momento –que espero se mantenga mañana porque si no, estimado lector, le he hecho perder el tiempo con esta columna– sí debería sufrir fuertes modificaciones hacia el final de la carrera". (Foto: ONPE)
"El altísimo porcentaje de indecisos registrados hasta el momento –que espero se mantenga mañana porque si no, estimado lector, le he hecho perder el tiempo con esta columna– sí debería sufrir fuertes modificaciones hacia el final de la carrera". (Foto: ONPE)
María Alejandra Campos

Ante la inminencia de un evento trágico, los seres humanos tendemos a aguantar la respiración. Un segundo antes de que el carro choque, de que la paloma sea aplastada, de que el puñete sea recibido, nos detenemos. Abrimos bien los ojos, tomamos una buena bocanada de aire y no la soltamos hasta que todo está consumado.

Algo similar parece estar ocurriendo con esta campaña electoral. Algo va a salir mal, se presiente, pero nada se mueve a la espera de que lo inevitable ocurra.

Mañana se publica la esperada encuesta de intención de voto de y me atrevería a decir que no habrá grandes sorpresas. Hasta ahora las preferencias se han mantenido virtualmente estáticas, con pequeñas variaciones dentro del margen de error, y con el voto blanco o viciado como el líder de la tabla. Esta campaña apática podría seguir así por meses.

¿Qué tan probable es que haya o no cambios significativos en la intención de voto antes de los comicios del 11 de abril? Para poder dar algunas luces sobre esta pregunta revisé las encuestas de Ipsos y los resultados de las principales elecciones de la última década. Comparto en esta columna mis hallazgos.

En primer lugar, ha habido un cambio marcado en el comportamiento electoral en los últimos 3 años –a los que podríamos llamar ‘pos - ’– con respecto a los procesos previos, particularmente en la manera en la que se comportan los indecisos. Hasta el 2016, el voto blanco o viciado no llegaba a concentrar ni el 15% de las preferencias a tres meses de la elección (se registró 14% en ese año). De hecho, en enero del 2011, eran apenas el 5%. Y, disculpando el centralismo, en julio del 2014 –antes de las elecciones municipales en Lima metropolitana– estos eran solo el 7%. En cambio, en los últimos dos procesos: las elecciones municipales del 2018 y las parlamentarias del 2020, los indecisos sumaron 21% y 50% respectivamente, a tres meses de cada elección.

El segundo punto importante es que los indecisos variaron muy poco en los últimos meses. En los procesos electorales previos al 2018, si comparamos lo que registraban las encuestas tres meses antes de las elecciones con los resultados finales de la , la variación promedio del voto blanco y viciado fue de apenas 5 puntos porcentuales. Lo que es aún más importante, los indecisos no disminuían, sino que aumentaban. Por ejemplo, las elecciones presidenciales del 2011 tuvieron 12% de blanco/viciado, mientras que en enero, como mencionaba líneas arriba, este rubro acumulaba solo 5% de las preferencias.

Ahora bien, el altísimo porcentaje de indecisos registrados hasta el momento –que espero se mantenga mañana porque si no, estimado lector, le he hecho perder el tiempo con esta columna– sí debería sufrir fuertes modificaciones hacia el final de la carrera. Ello debido a que, en los procesos electorales más recientes (2018 y 2020), el promedio de disminución de indecisos ha sido de 50% en los últimos tres meses. En cristiano, uno de cada dos peruanos que pensaba votar blanco o viciado tres meses antes de la elección, optó finalmente por un candidato.

La gran pregunta es cuándo ocurrirá este cambio. ¿Cuándo podremos finalmente soltar el aire y tener claridad sobre el futuro de nuestro país? Si nos basamos en los últimos dos procesos electorales, la reducción de los indecisos debería ocurrir entre el último mes y la última semana antes de la votación. Sería sumamente inusual que hubiera un cambio brusco antes de eso, más aún en el contexto de una campaña sin publicidad y sin mítines como la actual.

En conclusión, parece que nos toca seguir aguantando la respiración hasta marzo. Paciencia, si se puede.