"Keiko Fujimori, en el 2021, ha recibido quizá el más grande apoyo del ‘establishment’ en comparación de sus anteriores campañas". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Keiko Fujimori, en el 2021, ha recibido quizá el más grande apoyo del ‘establishment’ en comparación de sus anteriores campañas". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Gonzalo Banda

Si finalmente fuera derrotada en la segunda vuelta, tras la resolución de las impugnaciones, habría conseguido superar sus austeras expectativas iniciales para las del 2021. ¿Debería sorprender una derrota de Keiko? En absoluto. Fujimori ha sido la política más impopular del Perú en los últimos años. Su antivoto consistente en los últimos tres procesos electorales no ha bajado del 45%, llegando a veces a picos de 70 % en determinados momentos de crispación política. ¿Bajo qué imposibilidad metafísica es inverosímil que la candidata más impopular del Perú pierda una elección, incluso ante un candidato tan improvisado y desprolijo como ?

El posible Waterloo de Keiko Fujimori se avizoró cuando un 70% de los encuestados por Datum en mayo afirmó que la reconciliación entre Keiko y Kenji Fujimori era una estrategia, mientras solo un 18% creyó que era verdadera. No le creían. Pero había más motivos para el desaliento en el fujimorismo: según Ipsos-Perú, en su encuesta del 28 de mayo, el debate de equipos técnicos lo ganó abrumadoramente el equipo de Keiko Fujimori con un 56% frente a un menesteroso 28% del equipo de Castillo. Ese día todos recordamos cómo Carranza avasalló a Pari sin compasión. Sin embargo, esta victoria, no le bastó para adelantar a Castillo en la encuesta de intención de voto, aun cuando el candidato de Perú Libre viniera de semanas bastantes mediocres. El problema seguía siendo esencialmente Keiko. No eres tú el culpable, que a pesar de que en el pasado la condenaste y juraste no votar por ella. Era ella.

Keiko Fujimori, en el 2021, ha recibido quizá el más grande apoyo del ‘establishment’ en comparación de sus anteriores campañas. Nunca ha sido tan ominosa la desigualdad de fuerzas. Se le unieron todos los posibles aliados políticos: desde Acuña hasta López Aliaga, desde Mario Vargas Llosa hasta muchos de sus más fieros críticos como Pedro Cateriano. Ha recibido entrevistas apologéticas de Magaly Medina y de gran parte del periodismo de farándula, incluso Gisela Valcárcel y Andrés Hurtado le han expresado su incondicional respaldo. Hasta la camiseta de la selección peruana y futbolistas han entrado en campaña. Se sumaron colectivos ciudadanos y empresariales que se enfrascaron en una agresiva campaña contra el comunismo que, si bien tuvo resultados inmediatos en las primeras semanas, luego alcanzó un techo previsible. En la última semana se echó el resto: Jimmy Santi salió a escena con una pegajosa canción invitando a los adultos mayores a votar en medio de una pandemia. Pero, quizá el gesto de mayor desespero de la campaña apareció cuando días antes de la elección, Melcochita llamaba a nuestro celular y nos pedía marcar la K. Un poco demasiado. Siempre me ha gustado esta reflexión del camaleónico político francés Talleyrand: “nadie puede sospechar cuántas idioteces políticas se han evitado gracias a la falta de dinero”.

Cuando hace más de 6 semanas analicé las opciones de Keiko Fujimori de disminuir su impopularidad en el sur peruano, sostuve que la ausencia de propuestas políticas reivindicativas le agostaban el camino. Keiko Fujimori apostó por un vendaval de clientelismo destinado a combatir por los votos en las zonas rurales más pobres rodeadas de proyectos mineros. Canon para el pueblo, pregonaron y defendieron. En Llusco, Velille y Santo Tomás, todos distritos de la provincia de Chumbivilcas, Cusco, zonas de conflictos mineros, Castillo ha recibido más del 95% de los votos. El problema de la distribución de la riqueza minera no se resuelve prometiendo dinero. La miopía de muchos de sus asesores de campaña pueden haberla llevado a desafiar la honorabilidad de las comunidades altoandinas que, previsiblemente, pueden haber interpretado como una prebenda que no satisfacía sus demandas colectivas. Keiko renunció a disputar el sur peruano cuando solo ofreció dinero y no tuvo más propuestas políticas. Olvidó que, en el mundo andino, la defensa de las causas comunitarias es más fuerte que la búsqueda del bienestar económico individual inmediato. Nadie le recordó aquello de Arguedas: “El individualismo agresivo no es el que va a impulsar bien a la Humanidad, sino que la va a destruir. Es la fraternidad humana la que hará posible la grandeza no solamente del Perú sino de la Humanidad. Y esta es la que practican los indios y la practican con un orden, con un sistema, con una tradición.”