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Politólogo, PUCP
“Considerando sus documentos generales, y mirando con lentes aquel certificado del Partido Morado, Graña y Montero o la Confiep, le hago una seña, viene, y le doy un abrazo, emocionado lo nombro ministro”. Así, con sarcasmo vallejiano, José Luna Morales critica en un tuit al presidente Sagasti por sus supuestos vínculos con la gran empresa. En forma similar, hace unos meses Cecilia García, también de Podemos, señaló en la radio que: “Los bancos son unos terroristas (...) ¿qué se han creído? los terroristas son ustedes, la banda criminal son ustedes, de la mano de la Superintendencia de Banca y Seguros, del director del Banco Central de Reserva, han hecho una banda criminal para esclavizar legalmente a mis hermanos”.
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Ambos discursos son ejemplos de libro de texto de populismo. Mudde y Rovira definen el populismo como una ideología delgada que divide la sociedad “en dos campos homogéneos y antagónicos, el ‘pueblo puro’ frente a la ‘élite corrupta’ y que sostiene que la política debe ser expresión de la voluntad general del pueblo”. Esta división entre pueblo y élite es lo que permite reconocer al animal populista a través de la historia y en diversos ropajes ideológicos.
Así, en América Latina los populistas clásicos basaron su popularidad en el pedido de inclusión de obreros y campesinos frente a las élites socioeconómicas. Más tarde populistas de otro cuño, como Fujimori o Collor de Mello, pusieron la mira sobre las élites partidarias. Chávez y Correa regresaron, tiempo después, a un mix del discurso clásico con las críticas a la partidocracia. En Estados Unidos, Hungría, Polonia o Turquía también vemos populismos explotando sus divisiones sociales.
De sobra sabemos que esos discursos suelen estar cargados de exageraciones y mentiras. En nombre del pueblo el líder populista con frecuencia se convierte en locomotora de una serie de intereses particulares. El populista exitoso, además, suele ser hipócrita: construye mayorías para ganar, pero se vuelve antidemocrático, tramposo, para lograr su continuidad.
En el Perú contemporáneo nos acostumbramos a dos tipos de populismos. Desde la izquierda, uno que ataca a la élite económica y política como corrupta, que tiene su expresión más clara en Antauro Humala. Y desde la derecha, otro que coloca como sus bestias negras a los “caviares”, los medios de comunicación y, en sus versiones más estrambóticas, al “nuevo orden mundial” con Soros a la cabeza.
Lo novedoso de Podemos es que ha hecho algo que ni siquiera el fujimorismo en sus momentos más populistas hizo: atacar a la empresa privada. Podemos ha puesto en la élite a todos: medios, empresarios, progres, pitucos y banqueros. Representan, nos dicen, a otro tipo de empresariado, más popular, y buscan resaltarlo peleándose con la élite tradicional.
La pandemia le quitó oportunidades a Daniel Urresti, candidato presidencial de Podemos, para politizar el tema de la delincuencia. Pero entendió muy rápido que tenía un espacio populista para explotar el tema de los abusos a los consumidores desde el mundo privado. Construyó desde el inicio una defensa del “pueblo” contra grandes poderes. Sospechó que pudo ser exitoso y crecer.
El problema para él, creo, es que sus acompañantes le ganaron la partida al candidato. En el Congreso ha quedado claro que Podemos no trabaja para Urresti. Es decir, se ven ya los intereses impopulares de quienes lo rodean y que se beneficiarán con su éxito. Las tensiones entre Urresti y su bancada muestran que él entiende este costo, pero no logra controlarla. La participación de Podemos en la impopular destitución de Vizcarra es el mejor ejemplo de esta distancia.
Resulta muy difícil construir un discurso creíble de defensores del pueblo contra una élite corrupta cuando tus acompañantes son vistos con desconfianza y parte del problema. No cometería el error de minimizar sus opciones, pues como bien sabemos, con tanta fragmentación y desinterés, 15% te hace ya un titán electoral. Pero pareciera que el vínculo con Podemos y sus pequeños intereses desactivó para Urresti lo que pudo ser un discurso más exitoso.