"Una nueva Mesa puede realizar mucho daño en este tiempo en que ya no les importará su imagen". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Una nueva Mesa puede realizar mucho daño en este tiempo en que ya no les importará su imagen". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Eduardo  Dargent

En medio de un cierre de campaña atípico dentro de nuestra ya extraña “normalidad” política y una pandemia que no arrecia, estamos obviando temas que marcarán los próximos meses. Y como la segunda vuelta, sea quien sea los que lleguen a ella, no bajará la tensión, me parece relevante discutirlos antes del maretazo de información que se nos viene en los próximos días. Un tema que me preocupa mucho es la actuación del hasta 28 de julio.

Es común que los Congresos de salida actúen con menos responsabilidad. Hemos visto en la historia reciente desde pedidos por aumentar la “liquidación” de los que se van hasta la aprobación de normas dañosas. Ya hay menos que perder y, más bien, bastante que ganar tanto en términos personales como para las localidades de los representantes. Pero en este caso se suma mucha sangre en el ojo: urgencias de pandemia, bancadas que no tendrán continuidad en el próximo Congreso e intereses particulares diversos que perderán influencia.

Las bajaron la tensión Ejecutivo-Legislativo, en parte porque varias de las bancadas tenían candidatos en carrera que podían ser dañados por conductas impopulares de sus grupos. La comandada por sufrió ataques y amenazas desde el inicio de su gestión, pero desde hace un mes más o menos las cosas parecían más tranquilas. O tal vez más preciso sea decir que las tensiones eran subterráneas. Menos publicidad en las presiones y el malestar.

Esa tregua se acaba el lunes. En un reporte en este Diario, Martín Hidalgo menciona que ya se habla sobre la posibilidad de cambiar la Mesa Directiva (sin tocar a ), pues se opone a una serie de intereses de las bancadas mayoritarias. Además, se suma la sangre en el ojo por la forma en que la mayoría de grupos tuvo que recular en la vacancia de noviembre por la presión ciudadana.

Esto es grave porque, más allá de la simpatía que tenga usted con la presidenta del Congreso, es claro que ha limitado (o buscado limitar) una serie de temas del manejo de las bancadas que eran más laxas con Manuel Merino. Se critica a la gestión por subordinarse al Ejecutivo, pero creo que más justo es señalar que es una gestión que comprende el malestar social enorme contra el Congreso y la urgencia de los días que vivimos.

Una nueva Mesa puede realizar mucho daño en este tiempo en que ya no les importará su imagen. Muchas puertas se abrirían. Estos grupos acelerarán el avance de sus intereses impactando probablemente en la organización laboral del Congreso y aumentando las propuestas de ley y los pedidos al Ejecutivo. Difícil ya una vacancia presidencial, pues pareciera que la lección de noviembre es que con eso no se juega. Mantener la misma Mesa, claro, no elimina esos peligros, pero sí los reduce significativamente.

¿Qué podría limitarlos? Que algunas de las bancadas tengan representantes en segunda vuelta para que moderen a sus grupos y no les cuesten votos. Pero no siempre las agendas del Congreso serán impopulares, allí el candidato o la candidata podría terminar del lado de su bancada más que limitándola. Y lo otro, claro, es una población que ya les tiene poca tolerancia. Pero poco más. Otros mecanismos de presión se han diluido. El tiempo del Congreso que temía ‘periodicazos’, la autoridad del MEF o críticas en medios, ya pasó.

¿Hay algún escenario positivo posible? Sí, un Congreso que mantenga su Mesa Directiva y busque construir un poco, un poquito, de mayor responsabilidad hacia el futuro. Que acuerde límites en el reglamento para todos esos procesos en las relaciones Ejecutivo-Legislativo que no son claros en la Constitución (censura, pedido de confianza, entre otros). Que busque dejar un legado distinto. Pero parece que ese barco ya zarpó. No se ve mayor voluntad ni interés de encarar estos temas. Más bien, casi con seguridad nos dejarán los mismos legados que recibieron e incluso más asentados en las costumbres políticas.