Martín  Tanaka

El domingo pasado, en , los electores votaron por el nuevo presidente, los miembros de la Cámara de Diputados, un tercio de sus senadores y los gobernadores de sus estados. Estas elecciones han despertado mucho interés no solo por la importancia de Brasil, sino también por las implicancias que podrán tener sobre el conjunto de la región.

Una mirada superficial diría que el resultado ha sido favorable para la izquierda, al quedar el expresidente Luiz Inácio en primer lugar, con el 48,4% de los votos, muy cerca del 50% que lo habría elegido en primera vuelta. El triunfo de Lula podría verse además como “confirmando” una suerte de nuevo “giro a la izquierda”, al menos en algunos países de la región, con la elección de Gabriel Boric en Chile a finales del año pasado y la más reciente de Gustavo Petro, en Colombia, en junio de este año. Sin embargo, si bien Lula ganó la primera vuelta y tiene mayores probabilidades de ser elegido presidente en la segunda, quedó inesperadamente cerca, con un 43,2%, con lo que el resultado de la segunda vuelta es todavía incierto. Bolsonaro, como presidente en ejercicio, está empleando recursos que le proporciona el poder para intentar mejorar su imagen de cara a la segunda vuelta, como, por ejemplo, a través de un renovado programa de entrega de bonos y subsidios para los brasileños de las regiones más pobres, donde Lula obtuvo más votos, en términos proporcionales. Además, no debemos olvidar que Bolsonaro obtuvo en el 2022 más votos de los que obtuvo en el 2018 y que, si miramos el Congreso, encontraremos que el Partido Liberal, su agrupación, es el que más creció tanto en la Cámara de Diputados como en la de senadores, y hoy es el partido con la representación más grande del Congreso. En el mundo de la derecha, su versión conservadora y extremista es la que tiene claramente el predominio de la representación.

En el caso de un triunfo de Lula, este deberá enfrentar un Congreso con una fuerte presencia conservadora; en esto la situación de Brasil se asemeja a la de Chile y Colombia, países en los que los presidentes Boric y Petro tienen el desafío de construir mayorías, para lo que les resulta imprescindible buscar acercamientos y acuerdos con fuerzas en el centro y en la derecha.

En otras palabras, más que un giro hacia posiciones de izquierda, lo que parece haber es una insatisfacción que lleva a un voto por posturas de oposición, teniendo los nuevos gobiernos el desafío de enfrentar los problemas más sentidos por los ciudadanos y de implementar políticas eficaces en un contexto internacional muy incierto.

¿Qué podríamos concluir de terminar Lula siendo finalmente elegido presidente? Si bien este habría capitalizado el descontento y el rechazo que genera Bolsonaro en algunos sectores, también parece ser cierto que Lula capitaliza entre sus votantes la imagen de una gestión relativamente exitosa durante su presidencia (2003-2010); el problema es que ya no es posible una simple vuelta al pasado. Al mismo tiempo, Lula genera también mucho rechazo, al asociársele con los escándalos de corrupción incubados durante su gobierno, lo que ayuda a entender cómo un líder extremista como Bolsonaro puede haber ganado en 13 de los 27 estados, particularmente en los más poblados y donde se encuentra la población con mayor nivel educativo y mejores niveles de vida, relativamente hablando.

En Brasil, como en otros países, el diálogo y el acuerdo político necesarios para gobernar se tornan particularmente problemáticos en tanto la dinámica electoral ha fortalecido liderazgos con posiciones extremistas, que generan tanto adhesiones como rechazos encendidos. Un desafío similar estamos viviendo en nuestro país. Más allá de esos liderazgos, lo importante es entender por qué los ciudadanos optan por ese tipo de discursos y figuras. De lo que se trata es de escuchar y atender lo que esos ciudadanos nos están queriendo decir con su voto.

Martín Tanaka es profesor principal en la PUCP e investigador en el IEP