(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

Ayer pudo ser goleada. Y la verdad que con Francia y Dinamarca merecimos al menos el empate. No fue la gitanería de antes, sino algo de mala suerte. Los jugadores de nuestra actual selección son diferentes. De la mano de Gareca han demostrado que con seriedad, planificación y perseverancia se pueden conseguir logros importantes para el deporte peruano. Si continuamos por ese camino es muy probable que estemos en Qatar 2022 y que Perú llegue a octavos, o más.

¿Estas victorias de nuestra selección “chorrearon” hacia la política?

Desde siempre los políticos han tratado de usar nuestros pocos éxitos deportivos para que mejore su imagen ante la población. Me refiero a presidentes y líderes de oposición aupándose a sus victorias o haciendo filosofía barata con las derrotas. A congresistas o ministros yendo bien panzones a sus actividades oficiales con la camiseta de Perú casi como faja (he pecado, con escepticismo, pero pecado al fin), adelantando marcadores alucinados y tomándose todas las fotos posibles con los seleccionados.

Más allá de que todos podamos expresar públicamente nuestras simpatías por los éxitos deportivos, creo que la gente tiene muy claras las cuerdas separadas. Episodios como estos no cambian para nada la percepción ciudadana sobre los problemas de la política. Quizás puedan, en el clímax del entusiasmo y por unas pocas semanas, sacar algunos temas de la discusión de la cotidianidad, pero nada más.

A las cifras me remito. El gobierno y el Congreso bajaron su aprobación en vísperas del Mundial. Al presidente y a la lideresa de la oposición les pasó lo mismo.

Pero mucho más revelador todavía ha sido el Módulo de Gobernabilidad, Democracia y Transparencia de la Encuesta Nacional de Hogares del INEI, que mide todos los meses la aprobación de las instituciones públicas y privadas. Al compararse la última, publicada en mayo, en plena efervescencia mundialista, con lo que sucedía un año antes, cuando esta euforia todavía no existía, las cosas más bien han empeorado. Muy acorde con lo que ocurrió en paralelo al fútbol, todas las instituciones pierden puntos con respecto al año anterior.

Hasta el Reniec que tenía 57,6% en el 2017 baja a 55% un año después. El Ministerio de Educación, segundo en aprobación, cayó del 41,7% al 37,7%. Las Fuerzas Armadas mantienen su tercer lugar, pero pasan del 32,7% al 30%. De ahí siguen, con la misma tendencia, la Defensoría del Pueblo, la Sunat, la ONPE, la Policía Nacional, el Jurado Nacional de Elecciones, las municipalidades distritales y el Ministerio Público. Más al fondo y con menos de 15% de aprobación están el Poder Judicial, la contraloría, entre otras. Viéndolo de abajo hacia arriba, los partidos políticos ya estaban últimos con 4,4% en mayo del 2017 y este mayo bajan a 3,9%. El Congreso, penúltimo, baja de 8,1% a 5,6%.

Pero la desazón ciudadana se produce, también, frente a las instituciones privadas. En mayo del 2017 la única que superaba el 50% de aprobación era la Iglesia Católica con 51,5%. Ahora ha pasado a 47,6%. La radio y televisión, que tenían 29,2%, pasan ahora a 24,9%. La prensa escrita bajó de 18,8% al 16%.

Es abrumador el contraste de estas cifras con un país que ha vivido en estos últimos meses el mayor entusiasmo por una causa colectiva que se pueda imaginar. Los cientos de miles, si es que no millones, de camisetas peruanas que se han lucido con orgullo, no cambiaron para nada la desazón con la forma en que funcionamos como país. Quizás, incluso, se podría aventurar la hipótesis de que, vistas en el espejo de lo que la selección nacional estaba logrando, todo lo otro se ve peor.

Cabe preguntarse también si el fútbol puede trasladar fácilmente al resto valores cívicos como el trabajo conjunto, la disciplina o la persistencia. Creo que, más allá de la propaganda y de los encomiables intentos por trasladarlos a otros aspectos de la vida colectiva, esto va a ser poco y fugaz. Los cambios culturales toman generaciones.

Hay que insistir en que los problemas no se resuelven solos, ni por contagio. Y la verdad es que nada importante se está haciendo en el país para transformar instituciones fundamentales, como el Congreso o la justicia. Nada serio se está haciendo, tampoco, para cambiar la forma en que elegimos a nuestros representantes y autoridades. De continuar así, por más penales que acierte Cueva en el Mundial de Qatar y por más felices que eso nos haga, seguiremos siendo un país con una grave y peligrosa precariedad institucional y con una política muy enferma.

CODA: la dictadura disfrazada de democracia, encabezada por Ortega y su esposa en Nicaragua y amamantada con el petróleo de Venezuela, se parece cada vez más a la de Somoza, en lo autoritario y lo criminal. Centenares de muertos recientes dan cuenta de una situación insostenible que todavía América Latina mira con indiferencia.