Encuentros con San Martín, por Francisco Miró Quesada Rada
Encuentros con San Martín, por Francisco Miró Quesada Rada

Siempre me gustó la épica, quizá porque desde niño leía la “Ilíada” y la “Odisea”, “Cantar de Mio Cid”, “El anillo de los Nibelungos” y las historias de Rolando y Pelayo (este último inició la reconquista española contra la dominación árabe). Eran unos pequeños libros para niños, muy elegantes y bien editados por la editorial española Araluce. En otros términos, entré a la literatura y a la historia por la épica.

Esta admiración por la épica me llevó a seguir a don José de San Martín y Matorras, libertador del Perú. Me lo imaginé como un Aníbal hispanoamericano que –como el cartaginés quien atravesó los Alpes para conquistar Roma– cruzó los Andes para liberar a Chile y al Perú. Fue muy leído pues viajaba con su biblioteca, y esa vocación de lector lo llevó a fundar la Biblioteca Nacional.

Hay dos formas de entender la épica. La del personaje dominante como el mencionado Aníbal o, por ejemplo, Alejandro Magno, Julio César y hasta Francisco Pizarro, porque nos guste o no, es imposible negar la épica de los españoles en la conquista del Perú. Pero esta épica, precisamente, carece de valores porque sus personajes quieren sojuzgar a los hombres y a los pueblos. 

La otra épica es la del liberador, aquel personaje que lucha por la liberación contra toda forma de dominación. Esta épica es grandiosa por su condición moral. A esta clase pertenece San Martín y también Túpac Amaru. Uno es el liberador triunfador, el otro es el liberador derrotado; la tragedia del grande. Aquí, en América, en esta línea, por supuesto, están George Washington y Simón Bolívar.

En febrero de este año, dos días después de haber renunciado al rectorado de la Universidad César Vallejo, fui invitado a la casa de Huaura donde San Martín proclamó la independencia de lo que luego sería nuestra patria. El alcalde generosamente había organizado una ceremonia de reconocimiento. Esa casa la conocí cuando tenía doce años, en un viaje que hice a Trujillo con mi padre y donde estuve en diversas oportunidades. 

Me emocionó dar una conferencia sobre el significado de la independencia del Perú en el local donde esta fue proclamada, ahora un museo de sitio que necesita mejorar. La casa fue declarada monumento histórico el 28 de noviembre de 1942. Sin embargo, el local ya había sido cedido al Estado por el Arzobispado de Lima, en la época de monseñor Lissón, el 29 de enero de 1926.

Lo curioso es que quien firma la resolución suprema que aprobó esta cesión fue Pedro José Rada y Gamio, un tío abuelo mío, por aquella época canciller de la República. Esta casa, para mí, es el primer Palacio de Gobierno de la época republicana. Desde ella no solo se proclamó la independencia, sino que se promulgó el reglamento provisional.

En 1990, tomé un ferry de Dover (Inglaterra) a Calais (Francia), pero, por razones que desconozco, se desvió de su ruta y llegó a Bologne-Sur-Mer, balneario francés en el Canal de la Mancha, donde vivió y murió San Martín. Si bien no entré a la que fue su casa porque estaba cerrada, me di el gusto de estar frente a ella y mirarla.

Por Fiestas Patrias, San Martín siempre será recordado y homenajeado. Yo lo hice, incluso, en Buenos Aires, al pie de su tumba en la catedral de la capital argentina. Destino extraño de una relación mía, no pensada, con el libertador, manifestada en los lugares en donde él estuvo, en Huaura y en Bologne. Además, que un pariente mío firme una resolución en la que se reconoce la cesión de la casa huaurina al Estado y, finalmente, que  por una misión periodística, haya terminado frente a su tumba.