(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
Alonso Cueto

Vivimos en la era del , del celular, del Instagram y del WhatsApp, del chat y del Snapchat. Todos instrumentos para relacionarnos, comunicarnos y tenernos cerca. Sin embargo, un nuevo fantasma recorre la población del mundo. Es lo que se ha llamado la epidemia de la . Según informes clínicos y periodísticos, en algunas ciudades de se han formado grupos de consuelo (a un precio módico; es decir, entre US$7 y US$21 la hora), que ofrecen, entre sus servicios, conversaciones, paseos acompañados y hasta abrazos (sin intención sexual, por supuesto). Según un artículo de Antonia Laborde, aparecido en el diario “El País”, la doctora Traci Ruble fundó en el 2009 un programa llamado Sidewalk Talk. Se trata de un grupo de asientos en la calle disponibles para quien quiera sentarse a realizar aquello que no puede hacer normalmente: conversar. Hoy el programa se implementa en 12 países. Hay otro programa con un título más directo: Rent a Friend. Fundado por Scott Rosenbaum, Rent a Friend (Alquile un Amigo) ofrece en varias ciudades a un elenco de 600.000 personas dispuestas a ofrecer sus horas de compañía sana y sincera a quien los contrate. Los precios varían entre USS$10 y US$50 la hora.

Según una cita de Laborde, las instituciones de salud de Estados Unidos consideran la soledad como un factor de riesgo. Tan dañina como la obesidad, la soledad equivaldría a fumar 15 cigarrillos diarios. Un estudio reciente del “Harvard Business Review” se refiere al tema de la soledad en los centros laborales. Según el informe, los trabajadores que se sienten aislados trabajan menos y reciben pocos estímulos. Quizá la organización que más ha estudiado el tema es la Cigna Loneliness Study. Según sus informes, casi la mitad de las personas en Estados Unidos reporta sentirse sola a veces o siempre. La generación más solitaria de todas es la de los jóvenes entre los 18 y los 22 años. En algunos de estos estudios se cita el masaje terapéutico como un bálsamo contra el síndrome de la soledad: sentir el contacto de otro.

En el Perú no conozco estadísticas sobre el tema pero cada uno de nosotros recibe algunas noticias. Tengo un amigo que cuando camina por su cuarto me dice que siente “una soledad cóncava”. Otro me cuenta que tiene una animada conversación consigo mismo, para escuchar el sonido de alguna voz. Una amiga me informa que le habla a la lámpara, con la certeza de que esta le va a contestar (“A este paso será pronto”, me comenta). En la película “Escándalo”, Covett, el personaje de Judi Dench, confiesa que se siente tan sola que a veces va a la tienda a comprar algo solo para sentir el roce de unos dedos cálidos cuando le entregan el vuelto.

Sin embargo, la soledad no siempre tiene connotaciones negativas. Uno puede discernir entre soledad y aislamiento. Hace unas semanas la magnífica escritora Leila Guerriero contaba que para ella la soledad es un requisito para escribir. “Es necesario sentir que no hay nadie en toda la casa, para que pueda concentrarme”, decía. Por otro lado, la soledad no es nueva en la historia pero evidentemente se agudizó luego del siglo XVIII y su énfasis en el individuo. Creo que las redes sociales no han aliviado sino extendido la epidemia.

La soledad en el buen o en el mal sentido, también puede ser un estado psicológico. Alguien puede vivir solo sin sentirse solo o aislado. Siempre queda la frase del poema de Luis Cernuda: “Cómo llenarte, soledad, sino contigo misma…”.