"Al final del día, la buena noticia es que la política sigue recuperando espacios. La participación electoral subió nueve puntos porcentuales el domingo último". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Al final del día, la buena noticia es que la política sigue recuperando espacios. La participación electoral subió nueve puntos porcentuales el domingo último". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Ignazio De Ferrari

Las viejas democracias de Occidente se encuentran en estado de ebullición. Los enormes desafíos económicos y sociales de la última década –entre los cuales están la gran recesión, la crisis del euro y el fenómeno de la inmigración– han sacudido los cimientos de sus sistemas políticos. El ‘brexit’, el ascenso de Trump y de la ultraderecha en Europa, la fragmentación política y el colapso de la socialdemocracia han sido el resultado de movimientos tectónicos en las sociedades desarrolladas.

Las elecciones generales del último domingo en España han sido una buena expresión de los grandes debates políticos de nuestro tiempo. La elección nos deja tres grandes reflexiones: la primera es que la ultraderecha sigue avanzando –aunque con una base social distinta que en otros países europeos–, la segunda es que la fragmentación de la política continúa y la tercera es que quizá nos habíamos apresurado en declarar la defunción de la socialdemocracia.

En los círculos políticos europeos, se hablaba hasta hace poco de la excepcionalidad española con respecto al auge de la ultraderecha nacionalista y xenófoba. Se decía que, a diferencia de otras democracias europeas que ya conviven con derechas de ese tipo, el Partido Popular (PP) con su rechazo rotundo por los nacionalismos periféricos del País Vasco y Cataluña, y su conservadurismo social, constituía una gran línea de defensa contra la extrema derecha. La aparición de Vox con el 10,3% de los votos ha tirado por la borda este argumento. Es más, Vox ha cosechado votos a costa del PP, que ha perdido casi la mitad de su electorado y se ha quedado en solo 16,7%, su peor resultado histórico. En el 2016 había sido el primer partido con 33%.

La elección del domingo ha servido también para corroborar que los tiempos de bipartidismo han quedado definitivamente atrás, un fenómeno que recorre toda Europa. En el 2011, la última cita electoral dominada por las dos grandes formaciones, la votación combinada del PP y el Partido Socialista (PSOE) había sido de 73%. Esta vez fue solo de 45%. Esto tiene dos lecturas. La positiva es que la fragmentación es el reflejo de sociedades cada vez más plurales que están buscando en nuevos partidos respuestas a nuevos desafíos. El problema es constatar que los partidos de siempre se van quedando sin ideas que aportar para esos desafíos, y que son cada vez menos las agrupaciones que pueden dar soluciones globales a intereses tan segmentados. Es muy probable que, a medida que esa fragmentación continúe, la visión de la sociedad que puedan impulsar los partidos sea cada vez menos amplia y esté más orientada a intereses particulares. Eso, en otras palabras, significaría que sería cada vez más difícil ponerse de acuerdo.

Por otro lado, el resultado electoral del PSOE –el claro ganador con 28,7%, seis puntos más que hace tres años– sugiere que a la socialdemocracia, si bien en horas bajas, aún le queda algo que decirle a la sociedad. Es difícil imaginar un retorno a la hegemonía de finales de la década de 1990, pero vuelve a ser posible un escenario de recuperación. Esta se ha empezado a divisar en otros países de Europa con elecciones este año. Al igual que en España, en Finlandia la socialdemocracia fue la fuerza más votada en elecciones este mes, mientras que en Dinamarca y Portugal se esperan crecimientos importantes de cara a las elecciones nacionales de junio y octubre.

¿Está encontrando la centroizquierda una fórmula para una recuperación más prolongada? Ante el auge de la extrema derecha, el proyecto socialdemócrata puede volver a erigirse, como a finales del siglo XIX, en una alternativa de progreso frente a los movimientos reaccionarios que pregonan el retorno a la tribu. La defensa cerrada del estado de bienestar –para apelar al votante tradicional– en combinación con políticas sociales liberales y la defensa del proyecto europeo –para ser más atractivos entre los jóvenes en las grandes ciudades– parece ofrecer las mejores opciones de recuperación. Sin embargo, ese mensaje es más difícil que cale en países en los que partidos social-liberales fuertes –como Los Verdes en Alemania– ya se han adueñado de ese discurso. Es difícil imaginar el regreso a las épocas de gloria socialdemócrata sin una discusión más profunda –y algunas buenas ideas– sobre cómo hacer de la globalización económica una fuerza de progreso para todos.

Al final del día, la buena noticia es que la política sigue recuperando espacios. La participación electoral subió nueve puntos porcentuales el domingo último, y esto ha sido fundamental para la recuperación del PSOE. Frente al discurso exclusivo de la ultraderecha, empieza a surgir un alegato más apasionado de quienes defienden un modelo social-liberal. Queda terminar de darle forma a ese relato.